BRYCEMis empujes son duros, profundos, me aferro a sus caderas al tiempo que endulzo mi oído con sus gemidos cuando pronuncia mi nombre, una y otra vez, sus pequeñas manos delicadas tocan mi pecho, está excitada, pero pese a eso, no me detengo. Le duele, mi tamaño hace que su interior se estire y chilla, el placer, el dolor, el sentirse abrumada por tanto, hace que incluso sus mejillas se tiñan de un color rojo carmín. —Duele —se queja. Creé que con eso me va a detener, pero no, solo aumenta el imperioso deseo de hacerla entender que es mía, que sumerja el machismo de querer que entienda que solo me pertenece, solo yo puedo follarla, tocarla, odiarla y amarla, desearla, todo, solo yo, y ella es mía. —Me duele, detente —insiste.Su rostro es como el de un bello Ángel, creado a la medida para mi infierno personal, aumento el ritmo, deleitándome con el sonido encharcado de nuestros sexos, estamos tan enredados que no se sabe dónde empezamos y acabamos. —Bryce —jadea como puta. Es
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