Kilian era consciente de que tenía que seguirla, rogarle hasta que ella comprendiera, obligarla si era preciso para que escuchara su plan. Sin embargo, se sentó de nuevo y pidió una botella de whisky. Cuando el licor de su primer trago se deslizó por su paladar, vio que Paolo Costa, el dueño del restaurante y un amigo de la infancia se acercó a él con semblante contrariado, pero solo duró un par de segundos, porque luego, ese típico aire desenfadado muy propio del italiano tomó lugar.—¡Hermano! ¿Qué haces aquí? —La pregunta fue tan absurda que Kilian no pudo evitar reír con amargura y respondió: —Muriéndome por dentro. —Señaló la botella con el licor y le indicó la otra silla para que lo acompañara. Paolo negó y le dio un par de palmadas en el hombro.—Gracias, amigo, pero preferiría irme con esa castaña que espera afuera en lugar de quedarme contigo. Supuse que ya habías logrado conquistarla, pero si no te molesta, yo podría al fin... —La mirada envenenada de su interlocutor detuv
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