Loredana soltó una carcajada cuando Paolo la levantó en brazos. Parecía que su única misión era impedir que hiciera cualquier tipo de esfuerzo. No es que se quejara, por el contrario, estaba disfrutándolo bastante.—Me vas a malacostumbrar si sigues así.—Esa es la idea.—Pero no es necesario que me cargues, puedo caminar.—Lo sé —dijo él sin detenerse. No parecía interesado en las miradas divertidas que le lanzaban sus hermanas. Para sus cuñados, sin embargo, no parecía nada fuera de lo común.Su padre tampoco lucía nada sorprendido. Es más, cualquiera podía decir que la mirada en sus ojos era de respeto.Los niños pasaron corriendo por sus costados, al llegar a la puerta saludaron a Anna y Angelina, que los esperaban, y desaparecieron.—Solo falta que te ponga dentro de una bola de hámster para protegerte del mundo.—No le des ideas, en estos momentos lo creo capaz de eso y mucho más —comentó con sorna.Anna soltó una carcajada.—Estoy feliz de que estés bien. —Ella miró a su hijo a
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