Capítulo cincuenta y ocho.
Estoy corriendo. Persigo a alguien...No. Alguien me persigue a mi. Me aferro a unos barandales de hierro, la estructura donde me encuentro se balancea, haciendo que pierda la estabilidad por unos segundos. Casi que ahogo un grito. Creo... Creo que es una casa. No. Esa idea se me quita enseguida, cuando me inclino sobre el mismo hierro y aunque chilla, miro hacía abajo. La altura es demasiada. No hay ningún salón, ninguna cocina, nada. Solo es vacío. Ni siquiera se puede ver que hay allí. Todo allí abajo es negro. Me recorre un estremecimiento. Escucho pasos acercándose. Vuelvo a retomar el camino, está vez sin correr y teniendo cuidado de no tropezar. De solo pensar que pueda caerme hace que se me acelere aún más el corazón. Respiro entrecortadamente. Las palmas de las manos me sudan, se resbalan, me invitan, de alguna forma retorcida, a dejarme caer. Ellos me encontraran. Ellos van a matarme. De repente, todo se vuelve negro y reaparezco segundos más tarde en un pasillo. Un
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