Caranavi - Bolivia. —¡NO QUIERO COMER! —gritó Emma enfurecida, los ojos de la pequeña estaban cristalinos, estaba cansada de ver a su madre como un guiñapo, solo dormida, y las pocas veces que estaba consciente no le permitían hablar con ella. —Es mejor que obedezcas —gruñó Lourdes la enfermera que había contratado Ricardo para mantener sedada a Lola, y cuidar a la niña—. O le avisaré a tu padre que no haces caso —advirtió. La pequeña de mala gana empezó a servirse los alimentos, y de pronto María Dolores apareció, mareada, ojerosa, pálida. —Señora Lolita, qué bueno que despertó —dijo la mujer—, tome asiento, y desayune, que le hace falta alimentarse para que tome sus medicinas. Lola asintió, se sentó junto a Emma, y mientras la enfermera se dirigió a la cocina, Lolita se aproximó a la pequeña. —Necesito tu ayuda —susurró al oído—, ya no quiero tomar las medicinas, debes ir a botarlas lo más lejos —solicitó. La niña asintió, entonces la enfermera sirvió los alimentos, Lola
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