Al ver a Rossana Regiés caminar hacia él, Jared Cavalier juró, por un par de segundos, que no se trataba ella. Se veía tan Rossie pero, al mismo tiempo, tan distinta a la última vez que la había dejado (sentadita en el asiento del avión que los separaría por tantos años), con la piel tostada por el sol, sus cabellos peinados a medias por una coleta mal hecha y abrazada a la maletita azul con la que, seguramente, había pagado la carrera de Comunicación Social que le permitió obtener el empleo con el que ahora, en ese preciso momento, propiciaría de nuevo un encuentro que, en otras circunstancias, habría sido poco menos que imposible. El Emperador, en un gesto automático, abrió los brazos al tenerla a menos de un paso de él. Necesitaba abrazarla, estrecharla contra su pecho y besarle la frente, a tiempo que aspiraba el aroma de su cabello recién peinado con fijador. En lugar de ello, recibió un gélido beso en la mejilla, acompañado de una sonrisa de programa d
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