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Todos los capítulos de La tentación del mafioso: Capítulo 101 - Capítulo 110
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101. ¿A que sabe la victoria?
Bella Me costó apartar los ojos de mi prima. Respiraba, si, pero si quiera se movía. Era como si todo de ella estuviese sumergido en un sueño profundo mientras que su alrededor se desmoronaba a pedazos. Una lágrima manchó su mejilla y yo no tardé en descubrir que se trataba de mis propias lágrimas cayendo sobre su piel ahora tersa y pálida. No había hecho el mínimo esfuerzo por retenerlas, tampoco por tranquilizar los insistentes y desesperantes latidos de mi corazón. Estaba a punto de creer que en cualquier momento terminaría por escupirlo. —¡Levántate, m*****a sea! —la voz de Sandro palpó a través de mi piel al tiempo que me trincaba del cabello y clavaba la punta de su pistola en mi sien. Apenas y me inmuté. No iba a hacerlo, no iba a moverme medio centímetro y dejar a mi prima sola, siquiera cuando las ganas que tenia el Vitale de atravesarse el cráneo con una bala eran muy insistentes. Ladeé la cabeza y le miré a los ojos con fijeza, sin embargo, no esperé que aquel simple y
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102. Un triangulo suicida
BellaRigo había iniciado una reyerta que consiguió hacer caer a uno de los hombres de seguridad de Sandro y luego otro. El resto se cubrió y abrió fuego a todo lo que se moviese en la dirección opuesta.Sebastian se cubrió detrás de la fachada cuando una bala intentó alcanzarlo y el Vitale se resguardó con mi propio cuerpo como escudo, sabiendo así, que nadie sería capaz de dispararle si estaba yo de por medio.La sangre no tardó en salpicar por todos lados, mezclándose con la lluvia y bajando las pequeñas pendientes en la entrada trasera del hotel. Apenas y se escuchaba el ruido de los disparos con un cielo que rugía furioso y la música llenando cada espacio.Nadie allí dentro se percataba de lo que afuera sucedía. Eran ajenos al espectáculo que se llevaba a cabo a sangre fría.De repente, Rigo entró en el campo de visión de Sandro y, aunque no pude apreciar el desconcierto seguro que probablemente se había pintado en sus facciones, lo escuché maldecir por lo bajo.—Estás acabado. H
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103. Una condena de amor
BellaNo quise contemplar la escena, por eso cerré los ojos…Hecho que me permitió dominar mis emociones y el castañeo de mis dientes por culpa del frio tétrico que se abría paso a través de mis articulaciones.Nuestras miradas se cruzaron cuando decidí abrir los ojos y percibí por un segundo como nuestro entorno se ralentizaba únicamente para nosotros. Estábamos a un solo suspiro de distancia y a una decisión de lanzarnos a los brazos del otro, sin embargo, teniéndolo tan cerca, resultó más inalcanzable que antes…Su respiración palpó en mi cara cuando se hizo el intercambio y ahora era Sandro quien tenía la vida del hombre que amaba en sus manos. La sola imagen no solo me arrancó un jadeo, sino una furia incontrolable.Grité hasta que me ardió la garganta y desaté una maldita osadía que la mafia me había regalado durante las últimas semanas. Fui más Ferragni que antes, fui tan mafia como todo lo que me rodeaba y empujé a Sebastian antes de lanzarme contra el pecho de Sandro.El muy
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104. Desconcierto y dolor
Bella Cuando estaba pequeña y creía en los cuentos de hadas, llegué a pensar que el amor siempre seria suficiente para enfrentar contratiempos y prepararse para las adversidades, pero no, ahora que había crecido y que aquellos cuentos no eran más que meras ficciones; comprendí que un sentimiento tan extraordinario como ese no bastaba, no si respirábamos en un mundo en el que solo sobrevivíamos. Y en el que la mafia se interponía con certeza y furor en cada segundo que corría y le arrebataba un pedazo de vida al hombre que yo había elegido para amar toda mi vida. Choqué de bruces contra mi propio colapso emocional cuando las llantas de la furgoneta chirriaron sobre la explanada y advirtieron de que habíamos llegado a nuestro destino. Luego de un trayecto que suponía veinticinco minutos en carretera, Rigo se aseguró tras el volante de que fuesen trece. Lo primero que hicieron, fue trasladar el cuerpo de Sebastian a una camilla que ya los paramédicos tenían preparada con previo aviso.
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105. La mafia no es misericordiosa
GiaEl reloj que colgaba en mi muñeca indicaba que faltaba un cuarto de hora para las cuatro de la madrugada. El frio se mecía tétrico en los pasillos y el silencio si quiera confortaba.Con las emociones atolondradas y un café caliente en la mano, entré a la pequeña sala de cámaras de seguridad y coloqué la taza sobre el escritorio. Carlo reparó en cada uno de mis movimientos y me invitó en silencio a que me acercara.Cuando lo hice, su mano rodeó mi cintura y me instó a sentarme sobre una de sus piernas. Dejó un beso sobre mi hombro descubierto y luego subió la manga de mi jersey para que me acobijara.—Te he traído café, por si no lo has notado —dije en un pequeño susurro contra su sien—. Tiene una cucharada y media de azúcar y está delicioso.—Si lo has preparado tú, por supuesto que lo está —sonrió, y a mi el corazón se me redujo a la forma en como el suyo latía contra mi brazo.Cogió la taza y dio un pequeño sorbo antes de suspirar con una mueca de mofa y fascinación.—En el pun
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106. La esperanza
BellaEl pasillo de aquella improvisada sala de emergencias se llenó de un angustiante silencio que no tardó en convertirse en una reacción acelerada de mi parte.Di un paso al frente al mismo tiempo que todos me miraban conmocionados y expectantes.Cuando el doctor se quitó el gorro que completaba su uniforme y nosotros le rodeamos casi como buitres, explicó que en la operación por extraer la bala Sebastian había perdido mucha sangre y las reservas eran escasas.Necesitaba una transfusión inmediata o…Me recorrió un escalofrío, si quiera podía imaginar si llegaba a perderle.—Yo soy compatible con su grupo sanguíneo —dije, y el médico paso de mi hermano mayor hasta mi con un gesto de ligera preocupación.—Si, pero usted también ha perdido sangre y…—Le he dicho que soy compatible y eso debería bastar —murmuré bajito, y no me atreví a soportar el contacto de Mauro cuando intentó rodearme de la cintura.—Bella… —entendía perfectamente su preocupación, pero la vida de Sebastian dependía
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107. Latigazo de emociones
BellaExhalé despacio y me preparé mentalmente para mirarlo porque de repente me escoció el miedo de creer que podría tratarse de un vago espejismo. Que su voz solo se había escuchado en mi imaginación y que su caricia era meramente una reacción de mi cuerpo por la necesidad de sentirlo.Pero no, allí estaba él. Y lo primero que vi fue como el azul de sus ojos brillaba más que antes, como si hubiesen estado apagados todo este tiempo para recobrar su intensidad y detener el tiempo.Con el aliento entrecortado y el corazón paralizado, levanté temblorosamente una mano y la llevé hasta su mejilla. El buscó aferrarse más a ese contacto ladeando la cabeza y yo jadeé por el calor que sentí extendiéndose a través de mis dedos.¡Era real!Tan real como las ganas que tuve de gritar en ese momento. Pero no lo hice por siquiera podía encontrar la forma de correcta de respirar.—No me dejaste… —sollocé y no pude evitar aferrarme con delicada desesperación y desear fundirme en su piel.Ser uno mism
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108. El amor de su vida... y de la mia
BellaRigo compartió el silencio conmigo y también aquella necesaria bocanada de aliento cuando salimos al exterior y la brisa azotó nuestra cara. Acompañada además por una sextena de hombres custodiando la zona, me senté en una piedra y oteé la expresión de tranquilidad del hombre que había cuidado de mi durante las últimas semanas.Con el pulso ligeramente controlado, tragué saliva y me escondí un mechón de cabello detrás de la oreja antes de hablar.—¿Alguna vez… te has sentido como que la tristeza ya es parte de tu organismo? —pregunté bajito, y luego miré la punta de mis zapatos de correr— me refiero…—Se a lo que te refieres —respondió él, tranquilo. Le miré arrancar de reojo un pedazo de rama seca y comenzar a deshilacharla—. Tienes permitido estar triste, ¿sabes? Tienes permitido llorar, gritar incluso. Puedo ofrecerte mi pecho para que lo golpees si sientes que es necesario, es duro como una roca, pero no guardes ese sentimiento porque… —hizo una pausa y respiró hondo, como s
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109. Su jodida reina
BellaSebastian ahuecó mis mejillas entre sus manos y me obligó a mirarle. Serio, pero también relajado, comenzó a deslizar un caminito de besos por cada rincón de mi cara.—Lamento haberte asustado de este modo, ¿sí? —su nariz rozó la mía— pero no quiero que te enfades nunca más conmigo.—No estoy enfadada contigo —admití, porque en parte era cierto—, solo me preocupo por ti.—No tienes por qué hacerlo.—Por supuesto que si —le miré a los ojos y me perdí en ellos por un nanosegundo— eres mi familia, eres mi todo… eres mi única e irremediable decisión.Al hacer un movimiento con la mano para acariciarle el pecho, cometí el error de rozarle la herida y él se quejó con un gemido leve.—¿Estás bien?Sonrió para restarle importancia y me escondió un mechón de cabello detrás de la oreja.—¿Si entiendes que cuando se trata de ti nada podría ir mal? —musitó trémulo, y de repente, sentí el rumor de sus latidos contra mi pecho.Y aunque eso era un gesto meramente automático de su cuerpo, no le
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110. ¡Granada!
BellaEl agua cayó sobre mi espalda mientras trataba desesperadamente de recobrar el aliento. Vertí un poco de champú en mi mano y cerré los ojos imaginando que era él quien hundía las yemas de sus dedos en mi cuero cabelludo y respiraba contra mi nuca.Hace menos de una hora habíamos hecho el amor como si no hubiese un mañana; como si hubiésemos sido advertidos del declive del mundo y no tendríamos otra oportunidad para entregarnos con ese repentino desenfreno. O simplemente nos amábamos con locura y esa era una de las tantas formas que teníamos de recordárnoslo.seguí imaginando…Sus manos arrastrándose a través de mi piel como si fuesen parte de ella. Tocando lugares que solo respondían sensibles bajo su caricia.—Parece que alguien no ha tenido suficiente… —la voz de Sebastian no solo me provocó un respingo, sino que hacia menos de un minuto le había dejado tendido sobre la cama y ahora allí estaba allí, mirándome como si él tampoco hubiese tenido suficiente.—Parece que alguien m
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