Diana salió exaltada del hotel, gruesas lágrimas corrían por sus mejillas, presionó sus ojos, y sintió náuseas, se sentía asqueada, sucia, indigna, enseguida encendió el auto y emprendió marcha rumbo a su casa. Por su mente, como una especie de película pasaba la nefasta cadena de acontecimientos que la llevaron a ese momento de debilidad. Al llegar a su urbanización notó las luces encendidas, algo que no podía explicar le laceró el pecho, y percibió hastío de ella misma. No tenía el valor para bajar del coche, y mirar a los ojos a su esposo, a su hija, entonces con las piernas temblorosas salió del auto. Agudizó la vista y se dio cuenta de que las lámparas del gran salón de la casa de su vecina estaban prendidas. Limpió su rostro con un pañuelo, frotó sus brazos, percibía su cuerpo helado y se encaminó a casa de Florence. Tocó el timbre, respiró profundo, mientr
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