Rosario, no paraba de llorar en el auto de Fabián, parecía una niña temerosa, temblaba dentro del vehículo, mientras el fiscal conducía hasta la casa de la señora. —Yo no quería, a mí me obligaron... ese maldito... asqueroso —repetía una y otra vez. Fabián estacionó el vehículo frente a la antigua casa en la cual Rosario, residía. La ayudó a descender, ella no levantaba la cabeza, sentía que sus piernas no la sostenían, entonces el fiscal, la sostuvo con sus brazos. —Disculpe Rosario —pronunció al momento que la rodeó, sujetándola—. Deme las llaves de su casa para ayudarla. Rosario, con las manos temblorosas sacó de su bolso las llaves, se las entregó a Fabián, él abrió la antigua puerta de madera, el sensor encendió las luces de un callejón, mientras la mujer lo guiaba por las gradas de madera hasta el pequeño departamento donde vivía, el fiscal abrió la puerta Rosario, con vergüenza envuelt
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