Para George, el mundo no tenía sentido. Se levantó, lento, como si tuviese una de las peores resacas encima, o tal vez, una herida sangrando, molestando y debilitándolo con cada paso. Aunque, si él se sinceraba consigo mismo, así se sentía, sangrante y provocador de heridas, asesino de almas. Se sentía como una persona deplorable. Sin embargo, su cabeza no estaba del todo nublada. A pesar de sentirse patético, era plenamente consciente de la situación, sobre todo, de que Lenis había salido corriendo sin maleta, sin dinero, solo con una bata puesta y unas zapatillas, estaba casi seguro que no llegaría demasiado lejos, sin contar la barrera de seguridad con la que se toparía. De todas formas, conociéndola un poco y recordando —con una punzada de dolor— lo que ella misma le había contado, sobre las varias escapadas mientras vivía con Jefferson, podía sentirse inseguro, podía perderle la pista de un momento a otro. No colocaría a Lenis en una situación de
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