Las suposiciones no dejaban de enredarse en la cabeza de Sam, que ya le dolía de tanto pensar. Había llamado a Vincent por ayuda. Entrar a la clínica psiquiátrica para ver a una paciente con prohibición de visitas no sería nada sencillo, sería imposible para una persona común y corriente, pero no para ella y su determinación de hierro, no para ella y su curiosidad insaciable.Para Anya Sarkov, alias “la dama”, como la conocían sus compañeras de sección, fue una verdadera sorpresa cuando se enteró de que la estilista que iría ese día a arreglarles el cabello no era otra que Samantha, con la peluca que siempre usaba, la peluca de Maya, su alter ego audaz.—No me creo que esté loca —le dijo en cuanto la vio.Sin maquillaje, sin sus productos para el cabello ni sus cremas o su ropa de diseñador, Anya parecía una mujer común y corriente. Seguía viéndose hermosa y, por extraño que fuera, parecía sumamente relajada.
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