Me tiro en la cama y grito contra el cojín, todo, todo esto es una pesadilla. No es posible. Intento respirar pausadamente y contener los gritos, progresivamente el dolor desaparece. Y luego pienso en él, es inevitable. Por un lado, me atrae y es quizá esto lo que más me asusta de él; por otro, lo detesto por haberme secuestrado. A veces ambas cosas se mezclan y se crea tal confusión que pierdo el control de mí misma. —¡Tú! —Chilla entrando como una furia. No muestro mi debilidad, aparto el cojín mirándolo desafiante. —¡No lo vuelvas a hacer! —Da un portazo cerrándola. Se acerca colocando las manos a los lados de la cabeza, el humo le sale por las orejas. —Asegúrate de aceptar todo esto rápidamente, estoy perdiendo la paciencia. No te gustaría verme enfadado, niña. —Amenaza acercando su rostro al mío. Trago saliva. ¿No está enfadado de verdad?, ¿puede ser peor todavía? —¡Ni hablar! —Deletreo bien cada palabra. Lo e
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