*Isabella*No fui sensata, sino hasta después, de saber que mis palabras y preguntas jamás tendrían respuestas. Fui una tonta al suponer que ellos me aceptarían de nuevo cuando en realidad ya no pueden hacerlo, no ahora ni nunca. La presión dentro de mi pecho siguió creciendo y dejé salir las lágrimas, aquellas que por tantos años estuve reteniendo. Hablé a unas lápidas, a unas frías y desoladas lápidas. Lo ínfimo fue el hecho de que terminé sentada sobre la nieve, acariciando el aterido mármol y sollozando como una niña pequeña. Mi madre, otra vez, tuvo razón; ella dijo que debería dejarme llevar por lo que dicta mi corazón y fue lo que hice. Lloré, maldije, reproché, cuestioné, conté, los llamé y las réplicas nunca llegaron. Y, entonces, terminé aceptando la realidad, otra vez. (Ellos se habían marchado y me enteré después de año y medio por unas personas que nunca vi en mi vida, personas que habían llegado a la universidad. Personas que, supe después de hablar con estas, que eran
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