—Quizá lo que necesites es un poco de inspiración. Un pequeño empujón —añadió sosteniéndome la mirada. Sonreí desconcertada y lo miré de reojo. Su rostro era hermoso, pero parecía tener algo extraño. Físicamente no aparentaba más de treinta años. Lo detallaba: piel dorada, cabello castaño largo y recogido sobre el fuerte cuello, barba incipiente, nariz perfilada, mirada enigmática, boca pequeña, suéter negro y holgado, pulsera de cuero marrón en la mano derecha. Sin embargo, había algo en él, como una especie de misterio que emanaba de su aura, de sus gestos, de su voz, no podía definirlo. Era como si sus ojos despidieran un destello malicioso—. ¿Dónde vives? —interrumpió al fin y encendió un cigarrillo.—Vivo en el centro de la ciudad, pero nací en Vancouver.<
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