El día que nos conocimos, congelada, mantuve la respiración, desde el principio, supe que había encontrado un hogar para mi corazón… latía rápidamente. Las luces sobre nosotros temblaban igual que estrellas de miles de colores, teñidas por las cintas de fiesta, los globos y los adornos sobre nuestra cabeza. La música era tranquila y profunda, lo mismo que su brazo alrededor de mi espalda y su respiración sobre mi cabeza. Yo tenía que respirar muy profundo para poder dar un paso más al lado de los suyos, por no perder el equilibrio en medio de los largos holanes de mi falda. Pero, quizá si me equivocaba no iba a caer, él me sostenía como sí fuera una columna, meciéndome como una marea y empezaba a sentir el mismo efecto que la arena acunada por el mar, calentada y mecida por su movimiento quería hundirme profundamente en él.
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