Comienzo a hartarme. Esto de estar persiguiendo a un hombre no es mi estilo, jamás me he visto en la necesidad de perseguir a nadie.Pero Ernest vale la pena. Además, es un sacrificio que quiero cometer.Es un mal necesario.—Buenos días, señorita Priscila. —Me saluda la recepcionista suplente, levantándose de la silla detrás de su escritorio y sonriendo tímidamente.Al menos con esta no corro el riesgo de que se acueste con Ernest.Le miro directa, observo sus manos temblorosas y como se muerde con nerviosismo su labio inferior.Es la sensación que causo en los demás, estoy acostumbrada a ser el centro de atención.Y me encanta.Desde pequeña he estado asistiendo a las mejores escuelas clases de ballet, tomando durante años clases de piano, aprendiendo a tocar alrededor de cuatro instrumentos, para luego dedicarme al m
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