Me enamoré violentamente.No puedo definir la fuerza con la que ese rayo estalló en mí. Sin el menor aviso, aquel hombre se me instaló en el alma en el último día inmortal de mi niñez, reduciendo todo lo que había vivido en mis 12 años, a ese momento. Mientras saludaba a los trabajadores y avanzaba lentamente hacia tía Amanda —que por suerte o para mi desgracia estaba junto a mí—, yo temblaba ante su proximidad, sintiendo mi cuerpo como de arena, desintegrándose en un torbellino avasallante que estremecía el lugar. Cada rasgo, cada detalle de su deslumbrante presencia, yo lo captaba al son de los latidos desenfrenados de mi corazón: la impresionante altura, el cuerpo robusto, el pelo negro y corto, revuelto, la piel blanca y sedosa, las facciones finas y alargadas. Y sus ojos. ¡Sus ojos! Eran como achinados y de color café. La franela blanca, el pantal&oa
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