Los dos gorilas de Aike me están mirando con disimulo, pretendiendo que me están ignorando, aunque todos sabemos que no pueden evitar el verme. De seguro saben las razones por las cuales el alfa ha pedido expresamente el no dejarme pasar. Y yo que había dicho ayer que no parecía un niño mimado, pero tal parece me equivoqué y el chico es toda una diva del drama y ya es hora de que lo supere, porque esa actitud lo único que consigue es alejarme de mis planes. Claro que tampoco es que mi actitud haya ayudado a mejorar mi posición, después de todo yo le pedí que se fuera ayer y ahora se está vengando de mí. “A lo mejor le rompimos el corazón”, dice Aella, que no había hablado hasta ahora, “sueles romperle el corazón a todos, Sia, en especial a mí”, agrega y la sangre empieza a hervirme. “¿Corazón?, ¡Tú no tienes corazón!”, le reclamo, “¡Tú mataste a mis padres!”, le grito, pero no espero a que me conteste, tampoco pienso permitir que este par de gorilas m
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