La puerta sonó, con insistencia, haciendo que despertase, sobresaltado y mirase hacia el reloj de la mesilla de noche. Eran las cinco de la mañana, casi había amanecido. No esperaba a nadie, así que … ¿quién podría ser? Era fin de semana. Bajé las escaleras hasta la puerta de abajo, mientras el timbre seguía sonando con insistencia, y cuando abrí me quedé sin palabras. Mi mente no podía reaccionar… Allí, frente a mí, con el rostro demacrado y plagado en lágrimas churretosas, con varios golpes que no tenían buena pinta en su mandíbula, espelucada, con el vestido ladeado, sangre en sus manos, y sus piernas, se encontraba mi preciosa Luisa. Se abalanzó sobre mí, abrazándome con fuerza, rompiendo a llorar, un llanto desesperado qu
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