El castillo era un hervidero de actividades y estaba lleno de gente que iba y venía de un lado para el otro. Amira caminaba entre ellos y los observaba, un tanto perdida, pensando en todo lo que había pasado y en lo loco que sonaba cuando se lo repetía. En cómo había cambiado su vida a lo largo de los años y en lo que, por el momento, era el resultado final. Nadie reparaba en ella, pendiente cada uno de la tarea que le habían encargado. Iban a convertir aquel castillo en un centro de gobierno, y había personas en cada pasillo y en cada sala cargando cada objeto lujoso que encontraban para repartir entre la gente que, afuera, aguardaba ansiosa. Habían tomado la ciudad, entre los vaxers del refugio y la gente que simplemente estaba cansada de morirse de hambre. Poco a poco, cada ciudadano había ido sumándose al torbellino y los nobles que no habían muerto estaban encerrados en la prisión que había bajo la fortaleza, por precaución. Ya verían después que hacían con ellos.
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