Los sueños de Fira no la ayudaron. Una marea de manos que acariciaban sus carnes, labios ardientes posándose en cada rincón recóndito de su cuerpo, dejando marcas calientes, y colmillos que se clavaban en su piel haciéndole gemir. Las sensaciones estaban incrementadas al mil por ciento, podía jurar que esa lengua cálida y rasposa que recorría su ombligo, viajando hasta el dulce ardor entre sus piernas, era real.En perspectiva era una pesadilla, una agónica tortura que le hacía ahogarse, estaba segura de que había gemido mientras dormía, gemido fuerte y alto, y el ardor de sus genitales se había extendido en una fiebre sofocante por el resto de su cuerpo.Cuando abrió los ojos la noche había avanzado en el firmamento. Revisó su tableta y descubrió una docena de llamadas perdidas, enlaces de mensajes y correos, solicitudes de video, que en su mayor&iacu
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