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Todos los capítulos de Sin Retorno: Capítulo 31 - Capítulo 40
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30. Al Natural
El video comenzaba con la cara sonriente de Jim llenando la pantalla. —¡Hola! Aquí estoy, en el Rancho Miller, y al fin ha dejado de llover. Acompáñame, te daré la visita guiada. Apartó el teléfono de su cara para mostrar una cocina de estilo rústico que era un caos. —Perdón, la señora de la limpieza se tomó el día. Se aproximó a dos mujeres que preparaban una comida en la sólida mesa de madera en el medio de la habitación, de espaldas a él. —¡Saluden, chicas! Las dos se dieron vuelta, vieron que estaba filmando y saludaron. Jim puso el brazo sobre los hombros de la mayor de ellas, una belleza afroamericana de unos cuarenta años, que apartó a Jim cuando él le besó la mejilla. —Te presento a Deborah Golan, comandante supremo de este ejército —dijo Jim—. También suele oficiar de ángel de la guarda las veinticuatro horas del día. Jim se acercó a la otra mujer, una chica que aún no cumplía los treinta, de cabello muy corto,
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31. Fronteras Cerradas
Retomar su vida cotidiana le resultó mucho más fácil de lo que esperaba, y ese viernes convocó a una noche de chicas en su casa para contar una sola vez lo que ocurriera con Pat. Cuando terminó, comentó de la forma más casual del mundo que había conocido a alguien antes de regresar, aunque sólo como algo anecdótico y sin mencionar el nombre de Jim. Paola había jurado silencio, y Silvia toleró con sonrisa paciente la dosis de burlas que se había ganado de ley, sobre su aparente fijación con los gringos. Viendo que todas estaban de excelente humor, se le ocurrió que podría comenzar a filmar para el video que Jim le había pedido. Se aseguró de que no se veía demasiado desastrosa y probó una introducción. Durante la semana siguiente se habituó a filmar aquí y allá, un par de minutos cada vez, y para el fin de semana, después de un poco de edición básica, se sintió satisfecha con el video de cinco minutos que había armado. Entonces siguió las instrucciones que le enviara
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32. Mi Lugar
—Esto es algo que ningún hombre puede presenciar y vivir para contarlo, de modo que guarda el secreto. Porque esto es un cónclave de la Bene Gesserit en la Roca Negra, lo cual en realidad significa noche de chicas en mi casa. Permíteme presentarte a la Hermandad. Ella es la Dama Claudia, nuestra experta en manipulación.—¡Hola, Jay! ¡Mucho gusto!—Ella es la Reverenda Madre Karim, del ala científica de la Orden. Y mi hermana menor Mika, quiero decir la Acólita Lolita, que es una broma en español sobre su delantera.—¡Hola!—¿Cómo estás?—Y ella es Paola, de quien sospechamos que es una espía de las Honoradas Matres que se infiltró para robar nuestros secretos.—Apuesto a que no comprendió una sola palabra de lo que acabas de decir.—Entonces debería leer la saga de Dune.Leer más
33. Tarea
“Consigna de la semana: un clip musical.” Silvia enfrentó su tablet ceñuda. Hacía una semana que subiera el video para Jim, y ésta era la primera vez que sabía de él desde entonces. ¿A qué se refería con lo de clip musical? Tal parecía que se le había ocurrido alguna clase de juego, y apenas precisaban comunicarse para jugarlo. Eso era lo que más le gustaba a Silvia. Nada de intentos inútiles de conversación en Twitter, fingiendo que eran los mejores amigos y que no estaban literalmente a un mundo de distancia. Lo mejor era que la mantenía ocupada. Igualmente, ¿un clip musical?   “Tramposo, tú lo tienes fácil. ¿Cómo se supone que haga uno?”   Seguramente Jim tenía su teléfono en la mano, porque respondió de inmediato.   “Sencillo. Escoge una canción, filma un poco, roba otro poco de internet, edita, envía.” “Muy bien. Preciso un mes.” “Tienes
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34. Un Clip
El video de Jim la encontró un viernes de invierno por la noche, en casa con Paola y Claudia. Silvia vio la notificación del blog y le pidió a Paola que preparara más mate. Ella respiró hondo y se sentó frente a Claudia, para decirle quién era en realidad el hombre que había conocido antes de irse de Norteamérica.Claudia se le rió en la cara, sin creerle una sola palabra.De modo que Silvia le mostró el video del Rancho Miller, y el blog que Jim había armado para que compartieran sus cosas.—¿Por qué no tienen un grupo privado en Facebook? —preguntó Paola desde la cocina, mientras Claudia miraba las fotos boquiabierta.—Jay odia todas las redes sociales relacionadas con Mark Zuckerberg —explicó Silvia—. ¡Hasta lo llama Suckerborg! Y jura que jamás le va a dar acceso a su teléfono y a su
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35. La Cuenta, Por Favor
—¡Silvi! ¿Estás bien? Ella asintió, sonándose la nariz con una risita temblona desde la cocina. Se había parado de un salto apenas terminara el clip, tratando en vano de contener las lágrimas. —Pero éste no es el video que tienen en YouTube —terció Claudia. —Porque no es el video oficial —replicó Paola impaciente. —¡Si será! —protestó Silvia desde la cocina, meneando la cabeza. Claudia se volvió hacia ellas, boquiabierta otra vez. —¿Hizo este video para vos? Silvia se encogió de hombros, todavía luchando por secarse los ojos. —Sí, ahí fue donde nos conocimos. Denme un mate y les explico el video. Todavía no terminaba de hablar cuando Claudia ya le tendía un mate y Paola le señalaba la silla que dejara vacante. Así que Silvia pasó diez veces la duración del video explicándoles la multitud de guiños y bromas privadas que acababan de ver. Apenas habían terminado cuando llegó el novio de Paola a buscarla, y Claudia
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36. Otro Clip
Cenaban en el apartamento de Tom, de regreso en Los Ángeles, cuando Jim recibió la notificación del blog. Era una velada tranquila, sólo íntimos. Jo y Fay exploraban la cocina asiática y los tenían de conejillos de indias para probar sus recetas. Después de cenar, Jim se disculpó con los demás y se dirigió a la sala. Cinco minutos después regresó al comedor y les hizo señas a Sean y Jo de que lo siguieran. Los demás no les prestaron atención. Jim los acomodó en el sofá y se sentó entre ellos, sosteniendo su teléfono para que vieran el video. La canción era una balada romántica. Guitarra con un poco de teclados y violines de fondo, cantada por una mujer con un acento raro. Y el video era tan simple como la canción, sin ninguna pretensión de edición sofisticada. Sean se sorprendió al reconocer a Silvia. A la mente indie de Jo le gustó que no intentara contar una historia lineal. Mostraba a dos parejas en distintos momentos de su relación, y también a to
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37. La Consigna de la Semana
“Ven a jugar en mi terreno. Consigna de la semana: un poema.” A Jim le gustó el mensaje de Silvia una semana después del clip. Ni siquiera le había preguntado qué le había parecido. Era la primera vez que ella proponía una consigna, y era una buena. “Me anoto. ¿Algún tema en particular?”“¿Qué te parece estados del alma?”“Si serás cursi.”“Dame el gusto.” Silvia subió su poema al Hey, Jay! antes que él. Ha llegado el momentoEl rosario de crepúsculosSobre los que he construido mi vidaHan perdido todo significadoDe modo que apago el sol Y dejo descansarArroyos, monta&n
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38. Tres Hombres
A veces Silvia se sorprendía de la especie de esquizofrenia que había tomado control de su vida. En lo que ella llamaba la vida real, un amigo le presentó a un tal Guillermo, un hombre simpatiquísimo pocos años mayor que ella, divorciado con dos hijos, que no la conquistó a primera vista sino cinco minutos después. Tenía una mente aguda, le gustaba el rock como a ella y tenía unas caderas de oro para bailar y tener sexo. Al mismo tiempo, en la tierra de nunca jamás virtual, se mantenía en contacto con ese hombre hermoso y talentoso llamado Jim Robinson, que resultara ser este otro hombre, Jay, que fuera su sostén emocional cuando rompiera con Pat. Silvia amaba al artista como ella consideraba que los artistas deben ser amados: con respeto, admiración, y ni una pizca de deseo. Y seguía encariñándose con Jay, su amigote atractivo, divertido y maleducado que se transformara en su desafío creativo. Nunca supo qué había cambiado en su forma de trat
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39. Fuera de Foco
Dos semanas antes de partir para la tercera parte de su gira mundial, que llevaría a No Return por Asia y Europa del Este hasta fin de año, Jim discutió con Bárbara, la chica con la que había estado saliendo los últimos dos meses. Oyó el portazo, el motor que aceleraba, el auto que se alejaba. Se apresuró escaleras abajo a la sala, descalzo y con el pecho desnudo, aún agitado tras el violento altercado. Sus ojos se movieron por la habitación vacía, oscura. Sacó el teléfono del bolsillo trasero de sus jeans. Hizo una llamada y aguardó, dejándose caer en el sofá. —¡No te atrevas a volver a llamarme, maldito hijo de puta! La mano que sostenía el teléfono resbaló mientras él se hundía en los cojines de cuero negro, aún luchando por volver a respirar normalmente. De acuerdo, había dicho demasiado y no por primera vez. Bien, tal vez había sido demasiado cínico. Y las cosas se habían salido un poco de control cuando Bárbara rompiera a llorar y empezara a arr
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