Había pasado una noche terrible. No dormí nada pensando en esa fiesta. En que estaba fuera del caso, que no podía indagar con libertad, en el comportamiento de los invitados, la conducta de Ford, todo estaba confundiéndome y no me dejaba dormir, mi mente no paraba de hacer teorías. Necesitaba respuestas, pero cómo iba a empezar si no tenía nada de pistas, nada de evidencia, no tenía material. Pude recuperar las ganas de dormir a eso de las cuatro de la madrugada. Caí en un sueño profundo hasta que a las ocho de la mañana mi perro comenzó a ladrar como si su vida dependiera de ello. Ghost se había acostumbrado a dormir en la sala de abajo. Solo los días de tormenta se venía a mi cama, pero, de resto, él sabía cuál era su lugar. El lobo siberiano seguía sin callarse por lo que me puse las almohadas en la cara. —Silencio, perro —susurré contra las mismas. Pasaron unos segundos eternos en los que el perro seguía ladrando. Gruñí con frustración al
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