No sé qué hora es, aunque tampoco me interesa saber, lo único que me gustaría ahora, es seguir durmiendo por, al menos, un par de horas más. Pero unos labios que me acarician me lo impiden, unas manos que podría reconocer en cualquier parte se posan en mi rostro y sin dejar de tocarme, esta vez me besan la frente.Poco a poco, voy acomodándome sobre la cama, a la vez, que abro los ojos, porque mis deseos de quedarme en esta se han esfumado por completo.—Buenos días, mi princesa —me saluda mi novio, colocando un mechón de pelo por detrás de mi oreja. Me encanta cuando hace eso.—Buenos días, mi amor.—¿Cómo dormiste?—Muy bien, pero me hizo falta más noche.—A mí también.—¿Qué hora es, cariño?—Cerca de las once de la mañana —contesta,
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