LUCIANAOí dos golpes fuertes en la puerta de la alcoba en la que el señor Lucca me había mandado instalar y temblé de pánico. Hice caso omiso al llamado, pero una voz familiar me hizo respingar aún más.—¡Ábreme, Luciana. Soy Alessandro! —insistió del otro lado, uno de los mejores amigos de Julián—. Me envía el padre de Giulio, así que no hay nada que debas temer.Suspirando resignada, abrí la puerta del dormitorio topándome con el caprichoso soltero más codiciado de toda Italia y Grecia, quien sonreía con picardía mientras sus ojos color aguamarina brillaban divertidos y dos hoyuelos se enmarcaban a los lados de sus labios.—Que desconfiada eres… —negó con la cabeza, ingresando como torbellino a la alcoba. Cerré la puerta y me crucé de brazos, aguardando a
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