Comenzó con una pequeña curvatura de las comisuras de sus labios, pero pronto aquella curvatura se transformó en una hermosa sonrisa. Una sonrisa tan brillante que lo encandilaba, que lo hacía sentir inmensamente feliz. —Tu… prometida. Yo… —Dios, sí, lo eres. Eres mi prometida —enunció feliz, risueño, incrédulo—. No lo puedo creer, esto es real. Ver el anillo en tu dedo es mucho mejor de lo que imaginé. Es… inverosímil. Te amo, Olivia, te amo tanto como no tienes idea. Sintió sus ojos escocer y le importó un bledo que sus emociones lo traicionasen. Le importó un comino si no podía contener la alegría… Nada, absolutamente nada podía superar la dicha de ver la radiante sonrisa de Olivia, luciendo el anillo que él había escogido con tanta ilusión y anhelo. —Santi, estás… —No me importa —balbuceó, siendo traicionado por las lágrimas—. Me importa un carajo que nos estén viendo ahora mismo. Lo único importante eres tú, preciosa. Solo tú. Oli
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