Iker Dubois recorrió casi media ciudad antes de encontrarlo. Era una antigua posada con habitaciones baratas y sin ningún tipo de servicio extra. Tocó, apenas apoyando los nudillos, la puerta. No obtuvo respuesta alguna y, aplacando la sensación de sentirse sucio en un sitio tan descuidado, empujó la puerta.Lo vio acurrucado en una esquina, sentado hecho una bola sobre un tipo de mecedora, parecía que estaba sumido en otro mundo, con la mirada perdida en algún punto invisible.—Santiago —llamó—. Santiago, ¿estás consciente de la hora que es?Santiago no mostró ningún signo de nada, pero conocía al hombre que estaba en su habitación. Ese infeliz era su cuñado, Iker.—Me has hecho recorrer casi toda la maldita ciudad —señaló Iker—. Y ahora que te encuentro, tan campante y tranquilo, ¿qué, m
Leer más