Los cuatro ángeles despertaron desconcertados y adoloridos. Fuertes cadenas les apretaban las manos y los pies, manteniéndoles en posiciones sumamente incómodas. A pesar de la confusión de sus sentidos trataron con todas sus fuerzas de desatar sus alas, amarradas con durísimas cintas de carbono. No lograban entender qué les había sucedido, cuando una puerta en el oscuro cuarto donde se encontraban se abrió y vieron espantados la silueta de un ángel mayor con las alas desplegadas y completamente negras. Al adaptarse los ojos a la nueva fuente de claridad que entraba por la puerta, pudieron divisar que se trataba de Gabriel. Entró al lugar y detrás de él también lo hicieron tres humanos fuertemente armados con fusiles automáticos, quienes se posicionaron pegados a la pared más alejada de ellos y les apuntaron con las armas después de rastrillarlas, en clara señal de q
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