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Todos los capítulos de ¿Qué somos?: Capítulo 41 - Capítulo 50
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—¿Puedo esperar aquí? —pregunta mientras se saca un auricular. Hasta acá escucho su música. Tiene buen gusto, he de admitirlo.—Si quieres me quedo con ella —respondo.No me doy cuenta de lo rara que suena mi propuesta.—No soy una niña —irrumpe frunciendo el entrecejo.Me recuerda al tipo que cada mañana maldigo frente al espejo.—¿Se conocen? —pregunta el médico.No da crédito a todo lo que ha pasado en una sola noche. ¿Qué digo en una noche? En cuestión de horas.—Es una larga historia —responde Claudia mientras juega con la mirada. Ve a su hija, después me ve a mí. Luego nos mira a ambos a la vez. Compara nuestras infinitas similitudes, y, sin darnos cuenta, le resp
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—¿Y qué va a pasar con la niña? La pregunta de Blanca procede a la explicación de los policías. Claudia, que resultó ser lo más parecido a un familiar de ésta pareja gitana y solitaria, no puso cargos ni exigió indemnización alguna. Poco habría conseguido, pero igual aplaudo el gesto. Entendió aquello como un accidente con consecuencias garrafales, carente de toda malicia. ¿Reaccionaría igual si la difunta fuera nuestra hija?—Por indicaciones del doctor, debe pasar la noche aquí —responde el policía delgado—. Supongo que después irá a algún centro de adopción.—Podría quedarse conmigo —participa Claudia.—Dudo que acepten.—¿Por qué no? —alega Claudia—. Si yo soy su única fam
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¿Qué somos? Creí buscar la respuesta durante veinticinco años, tras la enfermedad de Luz. Sin embargo, hace un par de días no solo descifré el misterio, sino que descubrí que mi búsqueda era más longeva de lo que pensaba. ¿Qué somos? Ahora lo sé…Sería sencillo empezar con la cabalgata. Maldecir a la víbora que mordió a la yegua o al propio animal por no reponerse al ataque. Ambas aparecen como buenas salidas en este laberinto circular que nos deja siempre donde mismo, mas no encaja con la realidad. Está también la culpa con la cual aún trabajo, la incertidumbre de qué habría pasado si nos hubiéramos quedado en casa como tanto lo
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—¿Estás seguro?—Completamente.—Pues felicidades.—No te veo muy emocionado.—Sabes que no me gusta meterme en tus cosas…—Ni a mí me gusta que te metas.—Pero como amigo debo decirte que estás cometiendo un error.Arqueo la ceja denotando molestia. No hacen falta palabras para que se retracte.—No porque Blanca sea una mala mujer, aclaro.—¿Entonces?—Sé que se aman, pero a veces no basta con eso para hacer una vida juntos.Su reflexión me sabe a discurso de conferencista barato que cobra caro. Me recuerda a éste tipo del canal doce que da consejos de vida. Nadie los entiende, mas todos se los aprenden y los repiten. De pronto la cabellera achocolatada se vuelve plateada, los ojos color miel se tiñen de celeste, y treinta años le caen encima. Dejo de verlo como
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Los primeros años fueron una bofetada gorda para Rogelio y todos los que dudaban de nosotros. Aprovechamos al máximo nuestra juventud. Éramos dos chiquillos que con veinte años en el mundo desconocíamos muchas cosas, pero estábamos seguros de algo: queríamos lucharla juntos. En las buenas y en las malas; en la salud y en la enfermedad.Los versos cobraron vida tres años más tarde, cuando el médico nos dijo que no podríamos ser padres. El brillo de tus ojos se vio opacado por la tristeza, yo te tomé por el brazo y prometí que saldríamos adelante. Fingiste hallar consuelo en mis palabras, pero el agitar de tu pecho te delataba…—¿No hay algo que podamos hacer? —pregunté intentando no sonar desesperado, pero el timbre de mi voz era casi inaudible. Te diste cuenta y conectaste con mis ojos
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—Seré papá.—¿Qué?—Que seré…—¡Felicidades, Martín!El grito de Rogelio acaba con la pasividad de éste café en el que decidimos pasar la tarde. Estamos de reto en un mes sin consumir alcohol, y aquí no hay tentación. Mi amigo no sabe que esto es una ofrenda, un último ruego a Jesús para que el vientre de mi mujer al fin sea bendecido, con todos los riesgos que el gesto pudiese implicar. Desde hace tiempo aceptamos nuestra cruz.—Y yo que estaba por bajar los brazos.—Justo de eso hablaba con Violeta. Admito que ella les tenía más fe que yo. También pensé que ya no se lograría.—Pues se logró.—¿Y cuánto tiene?—Dos meses.—¿Y ya no hay riesgos?Riesgos. Rogelio se refiere al bebé, y
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Cuando Luz llegó a nuestras vidas, nos convertimos en espectadores de sus pasos. Nuestras ganas de ser padres rayaban en la locura. Éramos más que dos sujetos enamorados de su hija. ¿El resultado? Una niña consentida y un matrimonio que de a poco se extinguía.Recuerdo con cierta nostalgia aquél verano del noventa y siete. Nuestra chiquita estaba en etapa de vacunas, y nosotros sufríamos tanto como ella cada que se desgarraba la garganta tras ver al médico con esa aguja gigantesca. Eras tú quien la sostenía mientras yo volteaba para otro lado. No me alcanzaba el valor para ir en contra de su voluntad, aunque supiera que era por su bienestar. Si en mí estuviera la decisión, mandaba al diablo las vacunas y los jarabes apestosos. La llevaría por helado para así camb
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—¿Cómo siguen las cosas?—De mal en peor.—¿Aún discuten?—Ya ni siquiera llegamos a eso.Georgina me obsequia una tierna mirada y reposa su mano en mi rodilla. Se le bañan las mejillas de un rojizo que me recuerda a cuando era niña.—¿No han pensado ir a terapia?—Yo lo he pensado todo.—¿Y ella?—No he querido averiguarlo.—¿Por qué no se lo propones?—Me da miedo.—¿Miedo?—Temo descubrir que lo nuestro ya no le importe.—¿Y si ella piensa igual?La semana pasada Rogelio me planteó lo mismo. Desde el accidente de Luz lo noto bastante extraño, como si estuviese en deuda con nosotros. He querido decirle que no hay motivo para sentirse así, pero no me atrevo. Quizás porque en el fondo lo comprendo, y
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Algún domingo caí en misa. Apenas toleré los sesenta minutos, pero algo en el ambiente me hizo volver al día siguiente. Bostecé mucho. Descubrí que le faltaba el respeto a los presentes, así que tomé las llaves y salí. Esa noche dormí poco; pensé demasiado. Repetí la rutina durante varias semanas. Me esforzaba por disfrutar el evento, pero mi interés no era genuino, y no me nacía quedar como un hipócrita ante los ojos de Dios. Realmente gozaba ponerme de rodillas frente a la cruz y hablar sin abrir los labios; de corazón a corazón con el único que puede juzgarnos y sin embargo prefiere amarnos. ¿Entonces? ¿Por qué no me quedaba hasta el final?Una platica que creí sin sentido con un hombre de apariencia menuda y no
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50
—¿No la has buscado?—No.—¿La extrañas?—Con toda el alma.—¿Y entonces?—¿Entonces qué?—¿Por qué no la buscas?—Porque la extraño.—Te estás volviendo loco, amigo.—Todos somos un poco locos, pero ese no es el tema. Cuando digo que la extraño, me refiero a la Blanca de hace cinco años, antes del accidente. No a ésta versión malograda que me heredó la pena. Por eso no la busco, porque sé que ya no existe y acabaríamos en pleito.—¿No crees que estás siendo un poco duro con ella?—Quizás. Pero ella también lo ha sido conmigo.Internado en ese pequeño cuarto de hotel cuyo café matutino desquitaba lo caro de su renta, volví a quererme.Leer más