—Hola, mi pequeña. —Susurra con cariño mi abuela, toma uno de mis alocados mechones y lo deposita con demasiada delicadeza detrás de mi oreja. —Ya es hora.—No quiero irme.—Replico triste, no he dejado de admirar el paisaje que ahora se me hace muy familiar.—Es hora de regresar, piensa en tu mamá, en tu papá, en James, en tu mate. Piensa en ellos.—Ese es mi problema, Lala.—Mi niña, aún te acuerdas de cuando me llamabas así...—Comenta con ternura. —Lala, ¿crees que pueda verlo igual después de todo?—pregunto mirando hacia la ventana de nuevo.—No, cariño. Acuérdate que tú huiste, saliste despavorida, no le diste la oportunidad de explicarte las cosas al muchacho. Mira, cuando yo era joven, en todas las manadas había enfrentamientos así, muerte sangre, balas, peleas, todo. Era normal, el mate de mi hermana mató a su beta, porque él no le era leal. Tú te podrás imaginar las cosas, por eso Elizabeth, necesitas ver las cosas nítidas, así
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