Tardo varios segundos en procesar el sentido de sus palabras, rato durante el cual permanezco quieta, con los ojos fijos en el espejo, en cuyo interior mi reflejo me observa, repitiendo hasta el más mínimo e insignificante gesto que me propongo hacer.Entrecierro los ojos, como si eso hiciera que la comprensión de lo último que escuché lograra ser menos dificultosa o llevarme menos tiempo.Finalmente, cuando advierto que mi actitud no solo es inútil sino que también debe verse algo ridícula, desplego la mirada de aquella superficie de cristal y la apunto a Rafael, quien me mira luciendo una cara divertida.Imágenes de hechos anteriores se me vienen a la cabeza, pasando como un remolino por delante de mis ojos: muestras de cariño de parte de Analía, como lo acompañaba en el hospital, esa extraña relación familiar con la madre de él (que ya no es tan extra&ntil
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