Abandonada por un canalla, enloquecí y enmudecí
El día de nuestra boda, al padre de Héctor Gómez, mi esposo, le dio por suicidarse en nuestra nueva casa, y dejó una nota culpándome a mí de su muerte. Desde entonces, mi esposo me odia profundamente.
—Sofía Linares —me dijo—, vete mejor al infierno y allí paga todo lo que has hecho.
Después, y como él deseaba, vagué por las calles, haciéndome la muda y la tonta. Vivía peor que un perro callejero, pero luego, cuando la realidad lo alcanzó, él se arrepintió y me volvió a buscar.
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