(Póker) La casa siempre gana
¿Por qué hablé? ¿No podía haberme quedado callada, limpiando tranquilamente el piso? No, definitivamente es culpa mía. ¡Por mi gran bocota!
—¿Entonces, señorita? —el viejo frente a mí me miró con burla.
En la mesa, sentados como si fueran los dueños del mundo, están estos tres viejos rabos verdes. Y él... él que solo me miraba expectante.
—Dices ser mejor que... ¿Cómo nos llamaste? —hace una mueca, como si pensara —, ¡Ah! Viejos amargados, con disfunción eréctil que si no fuera por su podrido dinero no tuvieras nada —sus sus ojos verdes brillaron molestos.
Tragué saliva.
—¿Qué podrías tener tú, estúpida niña, que nos interesara? —pregunta, su tono de voz me hace saber que está furioso —, ¿Qué podrías tener tú, muerta de hambre, para apostar ahora mismo en esta mesa?
Hice a un lado mis nervios, y puse mi mejor cara de póker.
—Mi... —la sonrisa maliciosa que se deslizó por mi rostro sorprendió a todos en la mesa—, virginidad.
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