Caluminasa como la otra, ahora soy su cuñada
En una sorprendente coincidencia y por esas cosas de las vueltas del destino, mi mejor amiga y yo nos enamoramos de dos hermanos de la prestigiosa familia Gómez. Y, para colmo de males, ambas quedamos embarazadas prácticamente al mismo tiempo.
Mi amiga no se guardaba nada, por lo que todo San Lorenzo comentaba cómo Diego, el piadoso hijo de los Gómez, había colgado los hábitos por ella. Yo, en cambio, mantenía en secreto mi relación con Alejandro, la oveja negra de su familia, de quien nadie sospechaba que estuviera con alguien.
El drama estalló cuando mi amiga descubrió por casualidad las dos líneas en mi test de embarazo, con un claro resultado: positivo. Furiosa, irrumpió en mi piso con sus amigas, ensuciando mi cama con agua sucia y llena de orina.
—¡Creía que eras mi amiga! ¿Cómo pudiste ser tan vil e intentar quitarme a mi novio? —me gritó entre lágrimas.
No contenta con exponerme en redes sociales como una rompe hogares, llegó al extremo de querer sabotear mi embarazo alterando mis vitaminas prenatales.
Harta de sus acusaciones, le arrojé el frasco encima.
—¡Escúchame bien! —le espeté—. Los Gómez tienen más de un hijo, ¿sabes?
El asunto llegó a oídos de Alejandro quien, para sorpresa de muchos, resultó ser el verdadero poder detrás del trono en San Lorenzo. Rodeándome con su brazo, preguntó con voz indiferente:
—¿Quién se atreve a difamar a mi esposa llamándola «la roba novios»?
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