El Adiós Sin Vuelta
No puedo negarlo: la mujer que tenía cautivado a mi marido era realmente encantadora.
Cuando ella regresó al país, él se convirtió en alguien irreconocible. El mismo hombre que conmigo juraba no entender nada de romance ahora se desvivía en detalles y atenciones para alguien más.
Un día, mi propio hijo me destrozó el corazón cuando soltó sin más:
—Ojalá la amiga de papá fuera mi mamá.
Para ellos dos, yo no era más que la sirvienta. La que cocinaba, lavaba y mantenía la casa en orden. Pero todo cambió cuando aquella pequeña niña autista me jaló del vestido. Me miró directo a los ojos y, con una convicción que me dejó sin palabras, me dijo:
—Si Gabriel no quiere que seas su madre, ¡yo sí quiero!
Fue entonces cuando entendí que, incluso en el desierto más árido, pueden brotar las rosas más hermosas. Ese fue el inicio de mi transformación. Me convertí en la mujer que siempre soñé ser… Y, como suele suceder, los arrepentimientos comenzaron a llegar.
Una tarde, mi exesposo me llamó:
—Nuestro hijo te extraña —me dijo.
—Ahora tiene otra madre —le respondí, firme.
—Me equivoqué... —confesó— Me di cuenta de que eres tú a quien realmente amo.
El hombre que estaba a mi lado tomó mi mano, la besó suavemente y, con una sonrisa burlona, le respondió:
—¿Te crees digno de ella? Ni yo, que tengo el honor de estar a su lado, me atrevo a decir que la he conquistado por completo.
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