Ellas

“Le abrí las puertas de mi mundo para que viera al resto como yo, sin embargo me cambió el cristal por el que miraba y me dio los suyos, sin duda todo es según con el cristal con que se mire.”

K.

Había curado aquella herida aun curiosa por quien pudo haber sido el culpable de lastimar a aquella niña, no pasaba de las trece primaveras, quiso preguntar, pero no era de su incumbencia, si ella se lo contaba era problema de ella se negó a dejar que su curiosidad desbocara todas las preguntas que cruzaban por su mente, se limitó a cocer aquella gran herida y a desinfectar la zona con lo que tenía a mano ella ya no moriría no mientras el LE TEMP VID estuviera detenido, pero para volver a reanudarlo aquella herida debía estar totalmente curada.

Para ella fueron días, incluso meses de cuidar aquella herida, lo único bueno era que el cuerpo se mantenía inerte, cuando el reloj de la muerte se detenía el de la vida también y el cuerpo entraba en una especie de trance donde no siente dolor ni hambre, pero las heridas que tenga deben ser tratadas por mínimas que sean, ya que al volver a correr el tiempo, la sangre circula con más prisa por las venas, el aire entra de golpe en los pulmones quemándolos como si fuera la primera vez que respiran, los ojos deben permanecer cerrados por un periodo de tiempo, ya que la luz los puede cegar, los músculos se tensan de tal forma que mover un simple dedo es como ser apuñalado mil veces por segundo, pero lo más importante el corazón. El corazón se acelera de tal forma que si el cuerpo está expuesto con alguna herida es una muerte segura, un simple rasguño puede causar que un cuerpo se desangre en segundos.

Fueron meses de preparar su cuerpo y acondicionar aquella cama de tal forma que no sintiera como su espina dorsal se acoplaba otra vez a sentir su peso, fueron semanas en las que sus lágrimas fueron las únicas en avisarle cuanto le dolía aquello, fueron meses en los cuales su boca no pudo pronunciar palabra, y solo el leve apretón de su mano en la suya lo que les servía para comunicarse, hasta aquel día en el que ya pudiendo comer y levantarse de aquella cama salió de su boca aquella pregunta.

—Señorita— la mayor bajo la mirada para verla, mostraba aquellos ojos tan transparentes que reflejaban incluso sus preguntas. —¿me podría decir su nombre?

Su nombre, hacía tanto que nadie preguntaba que había olvidado como se decía.

—puedes llamarme como quieras—resolvió decir, sus ojos se iluminaron como si le hubieran dado el mejor regalo de la historia.

—Luna—

—¿Qué? — no logro entender lo que tenía que ver el astro que controlaban sus hermanas en la conversación.

—Tú eres blanca como la Luna y me recuerdas a ella, siempre cuidándonos en silencio. —una mueca se dibujó en su rostro ante la comparación, cosa que la pequeña tomó como una sonrisa.

Así pasaron los días con la pequeña revoloteando en los rincones de la pequeña cabaña en el bosque pasó de decirle Luna a madre sin duda un cambio que no pasó desapercibido, pero luego de un cambio de estación la mayor se dio cuenta de quela menor había perdido su habitual entusiasmo, había bajado de peso que hasta un bebé humano podría cargarla, se preocupó, estaba muriendo y no sabía el porqué, el sonido de su estómago se lo dijo, no estaba comiendo lo suficiente, los humanos necesitaban varias comidas al día no solo una y más cuando eran tan pequeños, pero que le daría además de las vallas comestibles que le daba, y aquello solo se lo dio porque vio a un humano ingerirlas y no morir, ella no era Zalem, ella no tenía conocimiento en platas y los humanos no comían animales vivos y cuando los mataban ella no sabía como los comían, sin duda no era suficiente, decidió aprovechar una de las siestas de la menor para ir hasta el pueblo cercano, era un lugar pintoresco y lleno de humanos tantos que podrían pasar generaciones antes de que se perdieran algunos rasgos de sangre, camino por las calles empedradas con la vista de todos en ella, no era muy común para ellos ver a visitantes en aquel lugar.

Se acercó a una señora quien parecía ser la más vieja del lugar vestía un sencillo vestido de seda, tenía la mirada de quien conocía el mundo y sus terrores, sin duda aquella señora le daría las respuestas a lo que le pasaba a la pequeña humana.

—Uok’er, vo՞rn e k’vo drdapatcharry—(Caminante, cuál es tu motivo)

—Yes ughghaki galis yem im p’vok’rik aghjka hamar snund khndrelu. — (Solo vengo a pedir alimento para la pequeña.)

—Tvek’ nran ayn, inch’ na khndrum e yev mi viravorek’ nra marmnin kam nra serundnerin, k’ani vor na, ov nran kyank’ e tvel, karogh e datapartel mez mahvamb— (Denle lo que pide y no ofendan ni su cuerpo ni a su descendencia, pues puede que aquella que le ha dado la vida nos condene con la muerte.)

Le dieron canastas repletas de todo tipo de cosas le explicaron como hacerlas y como cocinarlas, la señora al ver que ella no conocía de lo que hablaban ordenó a una joven más grande que la pequeña de pelo dorado que la esperaba en casa, le encomendó acompañarla hasta el fin de su descendencia, aquella joven tomó más canastas con muchas cosas más he hizo un gesto para qué la guiará hasta su casa.

Se adentraron en el bosque con el sonido de sus pisadas sobre las hojas secas, adentrándose cada vez más en aquel profundo bosque.

Al llegar a la cabaña se encontraron con aquella belleza sentada en la entrada esperando su llegada, cuando sus ojos la divisaron aquellas lágrimas que bajaban por sus mejillas se detuvieron y dieron paso a una radiante sonrisa de total felicidad.

La joven se presentó como Zahir y ahí cayó en cuenta que no conocía el nombre de la pequeña que había estado con ella desde hacía ya una estación.

Las humanas comían en el comedor platicando de pequeños animales que quisieran tener como compañeros en la casa.

Mientras tanto la diosa organizaba el contenido de las canastas, colgaba las verduras, tapaba el pan con las telas en las que venía y lo demás en los recipientes de vidrio que me habían dado en el pueblo…

Y así pasaron los primeros años, Zahir comenzó a decirle madre igual que Ozlenm, Zahir le enseñó a cocinar y ahora era ella la que se encargaba de alimentarlas iban cada domingo al pueblo a ver que pasaba en el mundo, todo iba perfecto hasta aquel fatídico día en el que casi las perdió.

Marzo 29 de 1578

Aquella anciana había muerto, se negó a que le devolviera el favor que le hizo hace años, alegando que estaba cansada de ver la crueldad y quería ver a aquellos seres amados que habían partido hacía ya un tiempo.

Con su muerte vino el caos para la pequeña familia, los hombres se alzaron en armas contra ella, sus espadas no le cortaban sin antes romperse o perder el filo, así que fueron contra ellas, quienes no le habían hecho nada a nadie, castigándolas por ser sus hijas escogidas, no lo pensó no razono, aquel día todo inició.

Al verlas en el piso manchado con su propia sangre pidiéndole que las salvará lo hizo, las condeno estar a su lado hasta que llegara el día e el que ella tendría que partir junto a sus hermanas, pero a ellas las condeno por siempre a caminar por aquella tierra por la eternidad alimentándose de la oscuridad que habita en el ser de los humanos.

Fue aquel día en el que lo entendí.

Una madre lo da todo por sus hijos, y ella lo daría todo por ellas aun cuando sabía que su tiempo juntas era limitado.

“Ese fue el comienzo de la dinastía Black, criaturas que se alimentan de las emociones humanas, indestructibles guardianes de los secretos más oscuros del mundo y de las demás criaturas, aquellos que esperaban pacientes la llegada de sus señoras.”

ATT:Anónimo.

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