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Ámica Lupus
Ámica Lupus
Por: Laura A.
Conducta primaria

Este relato pertenece a la segunda entrega de la saga Fábulas Licantrópicas. Sigue a la novela ya publica Nigra Lupus aunque puede leerse por separado. Sin embargo, quizás aparezcan situaciones que hacen referencia a la novela anterior y puedan despistar al lector.

Quisiera recordar que esta historia no pretende seguir ninguno de los cánones que ya se conocen sobre los licántropos para discernir entre clases sociales y tampoco está basado en un universo omegaverse.

Aparecerán palabras como alfa, beta y omega con el siguiente significado:

Alfa: primero al mando, líder, se encarga de la manada. La manada lo elige. No se nace alfa, cualquiera con las aptitudes adecuadas puede convertirse en alfa.

Beta: segundo al mando, consejero. Tiene poder de decidir sobre la manada en nombre del alfa. También es elegido por la manada. No se nace beta, cualquiera con las aptitudes adecuadas puede convertirse en beta.

Omega: tercer al mando, consejero. También tiene el poder de decidir en nombre del alfa. La manada lo elige. No tiene nada que ver con ser sumiso. No se nace omega, cualquiera con las aptitudes adecuadas puede convertirse en omega.

Las tres figuras son necesarias e imprescindibles parar guiar a la manada y decidir sobre su bienestar.

Gracias por leer. Espero que esta información os se útil.

******

KEANE

Otra vez, otra vez intentando desesperadamente quitar esa sensación de su cuerpo. Sabía que no iba a servir de nada, que en unas horas el lobo volvería a rugir diciendo que necesitaba descargar, pero si al menos conseguía una pequeña pausa para descansar, le bastaba.

La masturbación poco efecto le hacía ahora y por eso había pensado que quizás un cuerpo cálido le haría mejor servicio. Se había estado resistiendo a la idea de hacerlo, pero la sensación era tan insoportable que debía probarlo aunque sólo fuera por una vez.

Era gracioso, desde sus alocados años de universidad que no había vuelto a salir de caza para encontrar a una presa dispuesta a darle lo que quería. Pero allí estaba. En los baños del bar de Louis a punto de tener sexo con alguien que acababa de conocer. Sin duda la mejor idea que se le podía ocurrir siendo él mismo el alfa de la manada. Pero ya se sabe, a situaciones desesperadas, medidas desesperadas…

—Señor, señor —le llamaba el lobo desde abajo—. Despacio señor… —le pide gimiendo mientras le preparaba.

—Has dicho que no te importaba —responde el alfa siguiendo con su labor sin bajar el ritmo.

A él tampoco le importaba demasiado quien fuera su acompañante esa noche y sólo quería dos cosas, que fuera alguien discreto y que sólo fuera por una vez.

Cuando lo siente listo, se pone un condón y guía su erección para empezar a penetrar su cuerpo, pero en ese momento y tal como temía, oye la voz interior del licántropo parándole los pies.

“¡No!”, ruge el lobo. “¡Ese no servirnos!”, le dice en un grito.

“¡Una vez! ¡Sólo déjame probarlo por una vez!”, le suplica.

“¡No!”, gruñe su otra mitad.

Entonces, siente como su pene se ablanda en su mano irremediablemente por culpa de su otra mitad.

“¡Mierda!”, se lamenta el alfa.

Otra más, otra ocasión más en la que no podía tener relaciones.

“¡Maldito lobo! ¡Deja de hacerme la vida imposible!”, le grita en su mente.

Su lobo se negaba a tener sexo con nadie desde el incidente en la colina.

“Encontrar al adecuado”, le repite con testarudez.

“¿Y quién es? ¿Quién es el adecuado? ¿Sabes su nombre? ¿Es un lobo? ¿Una loba? ¿Cómo se llama? ¡Por qué sería de gran ayuda que me lo dijeras y así no estaría perdiendo el tiempo!”, le contesta muy cabreado.

“Saber cuándo el momento llegar”, se limita a contestar.

“Empiezo a estar muy harto de tus acertijos lobo del demonio”, le dice Keane a su otra mitad.

El alfa de Fergus suspira intentando disimular su enfado y se retira sacando el condón que tan siquiera había utilizado y lo tira con rabia.

—¿Señor? —pregunta al ver que no hacía nada.

—Lo siento… no puedo hacerlo… —dice a su acompañante mientras sube sus pantalones de nuevo.

—¿No puede? —pregunta con asombro mirando por encima de su espalda.

—Creo que no es buena idea al fin y al cabo… —dice él sin querer decirle el verdadero porqué.

No era asunto de nadie lo que le ocurría.

—Está bien… no pasa nada… —contesta claramente decepcionado.

En realidad sí que pasaba. Pero… ¿qué iba a decirle sino?

—¿No va a pedirme mi número? —le pregunta su acompañante casual mientras también se arregla la ropa—. No me importaría intentarlo otro día si usted quiere… —murmura con ganas de probarle.

—No, ya te he dicho que era sólo por esta noche, no hagas que me arrepienta —contesta con voz dura.

No quería más dolores de cabeza.

—Sí, señor, perdón —se disculpa ante el tono de su voz—. Es sólo que siempre he querido hacer esto con usted… ¿sabe? —murmura con los ojos brillantes.

—Gracias de todos modos supongo —le dice el alfa de la manada sin contestar a su insinuación.

—De nada —responde viendo que no cedía—. Ojalá le hubiere hecho más servicio señor. Aunque puede venir cuando quiera —insiste el otro.

Keane se ríe por lo bajo, se daba por vencido, ya no iba a intentarlo más hasta que el lobo dijera que podía.

—Mejor que salgas tú primero —le despacha sintiéndose muy cansado de repente.

—Sí, señor… —el otro lobo desaparece y él que queda un rato más.

Se dirige al lavadero y moja su cara para espabilarse.

“¿Qué estás haciendo?”, se pregunta a sí mismo viendo su reflejo en el espejo.

“¿Qué me está pasando?”, vuelve a cuestionar sin esperar ninguna respuesta.

Estaba tan irritable, todo le molestaba.

Todos los olores, todos los sabores, el roce de los demás…

La única compañía que toleraba era la de su hermano y la de sus cargos, pero le resultaba imposible estar cerca de todos los demás.

“¿Cuándo va a terminar esto?”, murmura para sus adentros.

Empezaba a estar muy harto de sus efectos secundarios.

Y ese instante, mientras se encontraba perdido en sus propios problemas, su erección vuelve a hacer acto de presencia y suspira contrariado.

“A buenas horas…”, murmura.

“Doler”, se queja el lobo.

“Acabamos de tirar nuestra oportunidad de calmarlo por el retrete, ahora te aguantas”, le responde con enfado.

Como puede, el alfa intenta disimular su prominente erección y finalmente sale del baño para irse a casa.

Sin embargo, no lo había enmascarado lo suficiente y mientras recorre el camino hacia la salida, capta varias miradas yendo hacia su entrepierna incluida la de aquel que acababa de rechazar.

Seguro que pensaba que le faltaban unos cuantos tornillos. Hasta él mismo empezaba a creerlo…

Sale por fin a la calle y el aire de la noche impacta sobre su rostro despertándole un poco. El frío le sentaba bien a su caliente cuerpo. Localiza su furgoneta azul y camina decidido hacia su vehículo.

—Oh… ¡Mira quien está aquí! —oye decir a una voz más que conocida desde un lateral.

“Lo que me faltaba…”, refunfuña Keane por dentro.

—Buenas noches, alfa Daniels —sigue la voz con evidente diversión.

—Buenas noches, Blake —responde a su beta y mejor amigo con pesadez.

—Señor… —exclama—. ¿Se puede saber a dónde vas así? —le pregunta sin poder ocultar su sorpresa por el animado estado de su “pequeño” amigo.

—A casa… —contesta Keane sin más.

—¿Sabes que es muy indecente que te pasees así? —inquiere alzando una ceja—. Va a montar todo un escándalo, señor Daniels —le dice bromeando.

El alfa de Fergus suspira. Como si no fuera consciente de ello...

—Calla —le escupe—. Últimamente estoy teniendo dificultades técnicas —se limita a decir.

—¿A eso le llamas tú dificultades técnicas? Por qué no me lo parece… —contesta volviendo a bajar su mirada.

—¿Quieres parar de mirar? —le pide con enfado.

—Lo intento, pero se me van los ojos… ¿verdad Trish? —pregunta de repente a alguien que había a sus espaldas.

La omega también estaba acompañando el beta esa noche.

—Sin comentarios —responde Trish evitando mirarle y pasando por su lado.

Le agradecía enteramente que le estuviera ignorando. No le daba tanto apuro que Blake le viera así, al fin y al cabo, ellos tenían un cierto historial en verse mutuamente en situaciones comprometidas, pero no con Trish, por eso le daba cierta vergüenza permanecer en ese estado frente a ella.

—¿Qué hacéis aquí? —les interroga intentando desviar su atención a otra cosa que no fuera su más que animada erección.

—Investigar una posible venta de alcohol a menores, nos lo pediste tú… ¿recuerdas? —pregunta la omega con cansancio y todavía mirando hacia otro lado.

Juraría que su tercera al mando estaba un poco sonrojada.

—Cierto… perdón… —dice Keane alzando las manos en modo de disculpa.

Se había olvidado por completo que había recibido esa queja hacía unos días.

—Eso, discúlpale Myers —interviene Blake—. Nuestro alfa tiene toda su sangre concentrada en un mismo lugar y no le llega al cerebro —comenta su viejo amigo aguantando una carcajada.

Keane le mira molesto. Blake siempre tan graciosillo en los momentos menos oportunos.

—Santo dios… —profiere la omega con desagrado—. Me voy… no hay quien os aguante de verdad, debería pedir un aumento de sueldo… —refunfuña por lo bajo y subiendo a su cuatro por cuatro.

Era cierto que quizás debería pagarle más a Trish por aguantar todas sus estupideces.

Viendo que ella ya no podía escucharle, se gira hacia su beta.

—No hace mucho que eras tú el que no podía soltar su erección… —le recuerda el alfa a su amigo sin perdonarle el comentario.

—¿Y quién te ha dicho que ya no lo hago? ¿Eh? —cuestiona con los ojos brillantes—. Pero al menos lo disimulo mejor que tú… —le devuelve.

A veces el beta era un completo incordio.

—Me voy a casa… —murmura el alfa de Fergus cansado de ese fastidioso día.

—Será mejor… —comenta su amigo—. Por cierto… ¿ya sabes cómo se hace? De arriba abajo… —dice moviendo su mano como si se estuviera masturbando.

Él suspira. Iba a matar a Blake Heiss.

—Largo —le insta señalando el coche de Trish.

—Sí, señor —responde Blake que se escabulle con rapidez y ambos se van siguiendo con la investigación.

Genial, ya acababa de avergonzarse por completo enfrente de todos.

“Más te vale solucionar esto pronto”, dice hablando con su lobo.

“Ya decir, encontrar al adecuado”, contesta de nuevo sin tan siquiera molestarse.

Keane suelta un sonoro resoplido.

Se moría de ganas de conocer al “adecuado” de una maldita vez y acabar con su tortura.

******

(Unos días más tarde)

—¿Alfa Daniels? —la llama Edith.

—¿Sí? —responde Keane alzando la cabeza despacio.

De nuevo se encontraba en de la clínica médica de Fergus para una nueva exploración.

—Ya puede pasar, señor —le contesta con una sonrisa.

—Gracias Edith —responde el lobo a la afable mujer.

Keane se levanta con pereza y se dirige con tranquilidad hacia la sala número dos de la clínica. Lo había hecho ya tantas veces en las últimas semanas que se conocía todo el procedimiento de sobras.

Llama a la puerta dos veces esperando a que le otorguen permiso para entrar.

—Adelante —responde una voz femenina desde el interior.

—Con permiso —dice él cruzando la puerta.

—Buenas tardes señor, ya puede... —empieza a formular la enfermera que le atendía en esa ocasión.

—Tumbarse... —termina por ella.

—Sí… —asiente en una media sonrisa al ver cuán cansado y harto estaba de todas esas pruebas—. Es la última vez, señor —le promete.

—Lo sé —responde él tomando posición en la camilla y fijando su mirada en los fluorescentes del techo.

Keane había perdido la cuenta de cuantas veces había tenido que hacer revisiones. Desde la detención de esos dos hermanos cada vez había ido encontrándose de mal en peor. Lo cierto era que la modificación que hizo el maldito de Denis a la formulación inicial les estaba llevando a todos de cabeza y los efectos secundarios estaban tardando bastante en desaparecer. Por eso la división entre él y su lobo.

—Y con esto ya habremos terminado —dice la enfermera al cabo de unos minutos y al terminar de realizar la extracción de sangre—. Aguante aquí un momento, señor —le indica.

—Gracias —responde el alfa sujetando el pequeño algodón para parar la hemorragia.

—La doctora viene de inmediato —le informa la enfermera antes de desaparecer.

—Espero… —contesta él en un suspiro. Por suerte, no pasa mucho tiempo hasta que la doctora Chris hace acto de presencia.

“Dulce”, dice el lobo en su mente como siempre que se encontraban.

“Silencio”, le devuelve Keane.

Estaba muy pero que muy enfadado con su lobo.

Aunque era bien cierto que el aroma de la doctora Chris calmaba al lobo de su interior, por eso, aunque las pruebas fueran una pesadilla, se encontraba un poco mejor cuando venía. Había algo en ella que le recordaba a su infancia, como si fuera muy familiar, le ocurrió desde el primer momento en que la conoció hacía ya unos años. También le pasaba lo mismo con algunas personas de la manada como su hermano Darian o Blake, su relación con ellos era bastante distinta por supuesto, pero el sentimiento sin duda era el mismo.

—Señor… —saluda inclinando su cabeza para mostrar su cuello en señal de respeto, tal como se requería siempre que alguien de las manadas se encontraba con un alfa.

Sin poder evitarlo, sus ojos van a su yugular donde podía ver el palpitar de su corazón y ya adelantaba el dulce sabor de la sangre implosionando en sus papilas gustativas. En los últimos días, cada vez que alguien hacia ese mismo gesto, tenía unas ganas casi irrefrenables de morderles e hincar sus dientes en su tierna carne. Era como si estuviera asalvajado… o quizás, sólo fuera su frustración sexual que se reflejaba en ese instinto primario que poseían los licántropos de marcar a los demás.

—¿Cómo se encuentra, señor? —pregunta la doctora con interés fijando sus inteligentes ojos azules en él.

Ahora Amybeth ya no le apartaba tanto la mirada y eso también le hacía sentir mejor. Siempre había tenido la sensación de que la intimidaba un poco. Pero eso, en realidad, era culpa suya. Keane la había juzgado tan mal en un inicio que hasta se sentía avergonzado de su ciego juicio contra ella. Sin embargo, desde que reveló el desafortunado accidente de su hermana con su Amara, su visión sobre la doctora Chris había cambiando por completo y comprendía muchas más cosas de su comportamiento. Todo había sido un simple acto de amor fraternal. Y la entendía, él también hubiera hecho cualquier cosa por Darian en esa misma situación.

—Bien, gracias doctora —responde desviado la mirada de su delicado cuello e intentando centrarse.

Si estar bien era sinónimo de estar caliente todo el maldito día por supuesto.

—Hoy es la última visita de seguimiento que hacemos —le informa.

Los esfuerzos de la doctora para seguir el estado de todos los cargos de manada habían sido titánicos. Se sentía culpable por lo que su estudio había provocado e intentaba arreglarlo como podía.

—Tomaremos la presión y el pulso —le comunica—. ¿Puede quitarse la camiseta, por favor? —le pide con profesionalidad.

—Sí —responde el alfa quitando la parte superior de su atuendo, mostrando su torso desnudo.

La doctora acerca el frío fonendo a su pecho, lo coloca contra su piel, y le indica que haga un par de respiraciones como siempre. Ese pequeño gesto también conseguía calmarle de algún modo. Últimamente, el lobo también lo hacía con Darian, como si estar cerca de su hermano menor le reconfortase y calmase su dispersa mente.

“Más cerca”, pide el lobo.

“He dicho que calles”, le responde Keane.

—¿Ha vuelto a sentir palpitaciones? —cuestiona la doctora siguiendo con su examen.

—No, ya no —responde el alfa.

Los primeros días subía y bajaba de pulsaciones sin explicación alguna hecho que le provocaba cierta angustia en el pecho.

—Vamos a tumbarnos… —le indica a continuación Amybeth.

—Sí… —contesta el alfa con obediencia.

Keane se estira y ella empieza a palpar su estómago de forma experta. El alfa de Fergus suelta un pequeño suspiro.

—¿Dolor? —pregunta la doctora.

—No —responde él de inmediato.

Justamente todo lo contrario... era como si le hubieran inyectado un fuerte calmante.

“Eso se siente bien para variar”, murmura para sus adentros.

“Más cerca”, repite de nuevo el lobo.

“En serio, no quiero oírte”, le dice el alfa a su otra mitad.

“Estar muy irritado últimamente”, le retrae.

“¿De quién será la culpa?”, responde Keane.

—¿Cómo ha ido el interrogatorio con el Consejo? —pregunta el alfa a la doctora.

Sabía que por la mañana había tenido una reunión con ellos para declarar en contra de Denis. Por el momento, tenía una sentencia por la agresión que cometió en contra del miembro de la manada de Montigraus, pero los Nocturnos estaban teniendo dificultades para encontrar pruebas de que él introdujera el medicamento en el licor de Jade. El maquiavélico estudio sí era suyo, pero no probaba que lo hubiera hecho y sin eso, no tenían caso.

—Bien, creo —responde sin explicar nada.

—No es culpa suya, Amybeth —le recuerda el alfa sabiendo que estaba disgustada.

—Era mi aprendiz al fin y al cabo —le recuerda—. Muchas de las cosas que hizo fueron por mis enseñanzas. Una no puede evitar sentirse culpable, señor... —le explica.

Keane lo entendía a la perfección pero se sentía mal por ella. La doctora era buena persona y se habían aprovechado de su amabilidad.

—En fin… todo parece normal. Ya puede incorporarse —le guía—. ¿Ha notado algún cambio desde la última vez que tuvimos visita? —pregunta como ya venía siendo costumbre.

—No… —dice él mientras vuelve a vestirse—. Bueno… sí… —admite sin saber si era buena idea contarlo, pero estaba tan desesperado que iba a intentarlo de todos modos—. Hay algo que me tiene un poco preocupado...

No es que hubiera cambiado sino que había empeorado y ya no sabía qué más hacer.

—Usted dirá, señor —le anima la doctora como siempre dispuesta a prestar su ayuda.

Keane deja sus manos caer sobre su regazo y empieza a hablar. Quizás la doctora podía ayudarle, o al menos guiarle, con su “pequeño” problema.

—Lo cierto es que desde que dejamos de tomar el licor mi lobo está muy irritable —comenta de pasada.

“¿Ser yo el que estar irritable?”, le pregunta sin reconocerlo y el alfa decide ignorarlo.

—¿Irritable? ¿A qué se refiere? —inquiere ella.

—Todo le molesta, sobre todo los olores, se queja y… a más a más no consigo tener relaciones íntimas con nadie… no quiere… —confiesa el alfa de Fergus sintiendo un pequeño pellizco en el estómago de pura vergüenza.

¿Por qué contarle eso a la doctora hería su orgullo?

—¿No quiere? —pregunta Amybeth muy sorprendida.

—No. No quiere —afirma sonando tranquilo aunque no se sentía para nada así—. No sé como lo hace pero es como si… como si cortase la erección… —intenta explicarle con toda la dignidad que puede.

“Tú tener mal gusto para los acompañantes”, comenta el lobo pero Keane le ignora de nuevo.

—¿Se refiere a que se torna impotente? —pregunta ella apuntando los datos en su libreta.

Otra nueva punzada recorre su abdomen.

“Impotente…”, repite mentalmente. Perfecta palabra para acabar de destrozar su hombría…

—Sí, algo así supongo… —dice al fin Keane con voz seca.

—¿Y permanece mucho tiempo ese efecto? —sigue cuestionando la doctora.

—No, sólo cuando intento estar con alguien… el resto del tiempo más bien tengo muchas erecciones —continúa explicando y arrepintiéndose al instante de esa última frase.

“¿Por qué le dices eso a la doctora, Daniels?”, se pregunta a sí mismo. Sin duda, su reputación de alfa estaba ya por los suelos. Pero era cierto que se masturbaba más ahora que cuando era adolescente.

—Comprendo… —murmura pensativa y sin turbarse ni un instante por su comentario—. Así que es una impotencia ocasional… curioso… ¿algo más? —inquiere.

—Tengo la sensación de que ahora mi… de que el semen es más espeso que antes —revela aclarándose la garganta—. Es como si fabricara más… —sin duda eso había cambiado de un tiempo en adelante.

La doctora le mira con intensidad como si buscase algo.

—¿Eso es todo? —cuestiona Amybeth.

—Eso es todo —corrobora Keane.

Ya era más que suficiente y más de lo que podía soportar.

—Entonces, si he entendido bien, señor, su lobo no quiere tener relaciones sexuales con nadie pero la fabricación del esperma ha cambiado y sus impulsos sexuales también… —resume.

—Así es… —confirma el alfa de Fergus.

Ella le mira de nuevo pensativa. Nunca podía descifrar lo que pensaba la doctora Chris. Era como una caja hermética.

—Señor… —le llama—. ¿Me permite ver sus caninos un momento? —pregunta la doctora de repente.

—Sí… —responde Keane tensándose un poco.

“No hagas nada raro”, le advierte al lobo.

“¿Qué pensar que yo hacer?”, le pregunta molesto.

A ver si era verdad… últimamente ya no se fiaba de nada.

Ella se pone unos guantes y se acerca despacio, su olor acude aún con más fuerza a su nariz y siente sus nervios relajarse de nuevo.

—Abra, por favor… —le indica mientras introduce sus dedos y mirando su boca—. Disculpe señor, sólo será un momento… —dice Amybeth yendo a palpar la superficie de sus dientes y estimulándolos por un momento.

Y sólo con eso, una oleada de deseo le recorre por toda les espina dorsal y Keane salta ligeramente en la camilla. Automáticamente, sus caninos crecen y su pene espasma dentro de sus pantalones.

“¡Mierda!”, profiere en su mente. Iba a tener que ir al baño otra vez...

—Oh vaya… perdón… —se disculpa la doctora con asombro al ver su fuerte reacción y sonrojándose ligeramente por ello.

—Está bien… no se preocupe doctora… —dice él quien intenta disimular el bulto en sus pantalones recolocándose en la camilla. Tampoco es que fuera una novedad.

La doctora se aclara la garganta por un instante antes de hablar.

—Señor… —empieza a decir mientras se quita los guantes y se separa un poco de él—. Es sólo una hipótesis, pero la irritabilidad, el hecho de que el lobo no quiera a nadie, su sensibilidad… creo que su cuerpo se está preparando para el reclamo —dice la doctora en voz suave.

¿Qué? ¿El reclamo?

—No he reclamado a nadie… —le asegura el alfa confundido.

—Lo sé… pero lo hará, parece algo inminente… ¿por casualidad dice algo su lobo? —inquiere ella.

—Dice algo sobre encontrar al “adecuado” —confiesa Keane.

Pero el “adecuado” que tanto pedía su lobo no había aparecido aún.

—Ya veo. Pues me temo que se refiere a su Amara —sugiere la doctora.

—¿Cómo dice? —inquiere Keane.

“¿El adecuado es Amara? ¿Eso quieres decir?”, le pregunta al lobo.

“Puede…”, responde sin confirmar ni negar nada.

“¿En serio?”, cuestiona molesto por su vaga respuesta.

—¿Hay alguien en el que piense sin darse cuenta o que su lobo rememore de forma habitual? —le pregunta.

—No sé… —responde mintiendo.

Sí que había alguien. Pero no significa nada… ¿verdad?

—Insisto en que es sólo una suposición señor, pero la medicación que había en el licor de Jade había dejado latentes esos instintos, y por eso, creo que ahora los siente mucho más intensos y su lobo reacciona desmesuradamente —le explica Amybeth.

—¿De veras? —pregunta asombrado.

¿Qué narices le había hecho ese maldito brebaje?

—De todos modos, pediré que hagan los análisis del reclamo para salir de dudas. Además, creo que estaría bien realizar alguna otra prueba más como un análisis de semen. ¿Está bien? —inquiere ella.

—Claro… no hay problema —asiente él. A estas alturas, ya no iba a venirle de humillarse un poquito más—. ¿Podría hacer ahora la extracción? —le pregunta el alfa mirando por un momento su entrepierna.

En verdad le iría bien descargar antes de irse y ahorrarse el bochorno de pasear por Fergus de esa guisa.

—¿Ahora? —pregunta la doctora.

—¿No es posible? —cuestiona Keane.

—¡Oh sí! Por supuesto… —contesta Amybeth—. Allí tiene el baño, señor, no hay prisa, tómese su tiempo… —le dice la doctora entregándole un bote de plástico rápidamente—. Lamento que no haya material para ayudarle, no lo teníamos preparado… —murmura ella.

—No se preocupe, no creo que sea necesario… —contesta Keane incorporándose.

No necesitaba ningún material ni tampoco ningún estímulo, con él mismo ya tenía más que suficiente.

El alfa de Fergus entra en el baño decidido, se sienta encima del váter, y baja sus pantalones dejando libre su erección.

—Señor… lo que tiene que hacer uno… —se queja viendo a su pene erecto y de lo más animado.

Era cierto que el lobo empezó a comportarse de forma extraña un poco antes de saber lo del licor, pero había creído que era una causa versus efecto, no el reclamo.

—Está bien… allá vamos… —dice bajando su mano y poniendo un poco de saliva como lubricante.

Keane cierra los ojos, apoya su espalda contra la pared y separa un poco más sus piernas sin dejar de masajear su pene.

Entonces, como venía ocurriendo cada vez que se masturbaba, la imagen del alto lobo empieza a formarse en su mente rememorando esa noche. Su olor, su sabor y el tacto de su duro cuerpo cobraban vida de nuevo en sus recuerdos cada vez que se daba placer. Sabía que su encuentro era difícil de olvidar. Había sido demasiado, demasiado fuerte, demasiado intenso, demasiado salvaje… además del último, ese había sido su último encuentro sexual con alguien desde que todo esto había empezado. Y sin soltar su pene, deja que su mundo se inunde de los recuerdos de su homónimo en Montigraus, el siempre atrayente alfa Donovan Santiago.

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