Descubrimiento
Acomodé mi cabello, retoqué mis labios, respiré profundo y me mentalicé para atreverme a hacer lo que tenía planeado.
Esto sería una de las cosas más difíciles que haría y tenía que hacerlo bien, era hora de sacar mi lado artístico superando a cualquier persona incluso a los patéticos de American Idol.
Esto no era un concurso, ni mucho menos un juego, tenía que poner toda mi disposición y fingir lo mejor posible, aunque deseara destrozar el rostro de Stephen Wallace contra un cristal.
Me sentía alucinada con lo que acababa de escuchar. ¿Qué demonios?¡Ni en el más idílico de mis sueños esperaba algo así!Cubrí mi boca con ambas manos y cerré fuertemente los párpados, nuevamente tratando de no asumir la verdad que se presentaba ante mis ojos.Negué lentamente con la cabeza y me acuclillé apoyando mi espalda contra la pared, sin soportar más tiempo el peso de mi cuerpo.Así me quedé durante dos minutos enteros, tratando de asimilar lo dicho. Como empezaba a oscurecer, mi mamá hizo lo que toda mamá haría por su hija en ese momento: una fiesta de pijamas.Me invitó, o más bien me obligó a que me quedara a pasar la noche ahí, en mi antiguo hogar.No puse objeciones ni pretextos, la verdad era que estaba muy cansada y no tenía deseos de conducir a altas horas de la noche para forzar mi vista. Acepté con gusto mientras que mi dulce y carismáticamente madre, comenzaba a soltar chistes totalmente carentes de gracia, sin embargo, me reía a carcajadas, no porque fueran buenos sino por la expresión de su rostro al contarlos.Su risa era tan contagiosa, que por un momeNegación absurda
En menos de lo esperado, llegué a casa de Aitor.Miré a través de la ventana polarizada si no había algún carro estacionado frente a la fachada, no deseaba interrumpirlos si tenía visitas…Ok, miento. Si hubiera tenido visitas, y con visitas me refiero a mujeres, no me hubiera importado nada con tal de entrar y darle una paliza a la zorra que estuviera junto a él.Todavía tenía aquella sensación de calambres en las manos desde que no pude descargar mi furia contra Stephen, por eso mismo ansiaban golpear a alguien salvajemente.Después de asegurarme que no había autos cerca, excepto el de él, reuní valor para colocarme frente a la puerta.
Besó mi cuello con tanta experiencia, que no pude evitar soltar ligeros suspiros de gozo. No tenía ni idea de cómo continuar, no conocía sus gustos ni él los míos, ya que era nuestra primera vez juntos, y sinceramente, los nervios comenzaron a atacarme.Me quitó rápidamente la chaqueta y la blusa, revelando mi sostén negro. Miró mis pechos con admiración y fruncí el ceño cuando los tocó por encima de la tela.—Creí que no te gustaban —le recriminé.—No los había apreciado tan de cerca —rió, dándome un pequeño beso, al mismo tiempo que desabrochaba mi pantalón con profesionalismo.
Nos detuvimos unos cinco metros antes de entrar a mi departamento y entregarnos a la tortura de las calumniadoras miradas que seguramente tendrían mis amigas.Me giré lentamente hacía Aitor, que con las manos en los bolsillos miraba por encima de mi hombro la puerta con una enorme sonrisa. No comprendía aquella felicidad que lo embargaba y mucho menos la despreocupación que poseía su cuerpo, el cual no hacía nada por compartir un poco de esa tranquilidad sobre mí.—Tu calma me altera —repliqué, mirándolo por el rabillo del ojo.Aitor se limitó a alzar los hombros. Pasaron dos meses más junto con una tranquilidad excesiva.Mi mamá me había visitado el Día de San Valentín y me había regalado unos boletos de viaje redondo para dos personas a las playas del Caribe, opacando angustiosamente las inmensos ramos de rosas, los apetecibles y dulces bombones de chocolate, y la esplendorosa y seguramente muy costosa cena que preparó esa noche.Lo había hecho con la idea de que Aitor y yo fuéramos a pasar unos cuantos días ahí, para que “nos divirtiéramos sin límites” como había insinuado ella. Pero decidí que ella se merecía ese viaje, por lo que a las próximas vacaciones de verano, iría con ella a esas paradisiacas playas.Todo en su lugar
Un par de días pasaron y las preguntas que antes tenía en mente, se fueron respondiendo a su paso. Erick, Owen y Katrina se habían contagiado de la peor enfermedad epidemiológica: el amor.Y pronto, Amanda se presentaría en el altar con su vestido blanco, el cual por cierto tenía hace semanas, ya que ella misma había contribuido con el diseño. Todo el ambiente era como chispitas de chocolate, miel y aroma a flores, todos riendo y suspirando como tontos enamorados, incluso yo que me esmeraba tanto por ocultarlo.Aitor y yo salimos a pasear, teníamos tanta imaginación y tantas tonterías que decir que nunca pasábamos más de tres minutos sin hablar.Jamás creí que nuest
Salimos a toda velocidad en el Avenger, mientras nos carcajeábamos a más no poder.A Aitor se le salían las lágrimas de tanto reírse y hacía todo un esfuerzo por mantener en línea recta el auto. Yo me agarraba con fuerza el estómago, tratando de controlar el dolor que sentía en el abdomen.—¡No puedo creer que hicieras eso! Todavía no puedo…no puedo superarlo —hablé entre risas.—Se me ocurrió en el último instante, pero ¡viste la cara que puso! Creo que quería llorar —rió nuevamente con mayor furor.—Lo vi por unos segundos. Me dio tanto asco, que dejé