Capítulo 1

Capítulo 1

Daniel

Yo no soy el tipo de hombre que cree en al amor a primera vista y en ese que dicen dura para toda la vida. No soy del tipo que piensa en encontrar a la mujer perfecta para formar una familia y casarse. Sin embargo, mi padre y mi abuelo si son de esa clase de personas. Ellos son dos románticos empedernidos que encontraron al amor de sus vidas en el lugar menos esperado, se casaron para toda la vida y han vivido felices desde entonces.

Hace ya bastante tiempo, en mi último viaje a Francia mi abuelo antes de marcharme había intentado imponerme su voluntad para que me casara sabrá Dios con que mujer.

Él quería quitarme todo lo que por derecho me correspondía al ser miembro de esta familia y de paso quería dárselo supuestamente al vividor de mi primo Santiago. Quien de más está deciles, perdería todo en una mesa de puestas.

En el momento en que escuché semejante disparate, no pude evitar reírme en su cara como si estuviera loco. Llegué a pensar que tal vez era una broma de mal gusto, pero cuando vi su semblante serio esa idea desapareció.

Él creía chantajearme con tan barato truco y yo iba a caer en su juego macabro porque no estaba dispuesto a perder lo que por derecho me correspondía.

De más está decir que traté de hacer que desistiera por completo de su idea, pero por más que trate me fue imposible. El señor Daniel Smith primero se mantenía firme en su idea y de ahí no había nadie quien lo sacase. Mi abuelo quería a cambio de dejarme todo su imperio, que me casara con una mujer que valiera la pena y tuviera un heredero.

Ni siquiera mi abuelo era capaz de dejarle todo a Santiago, sabía que este arrojaría a la basura todos sus años de trabajo y por eso me impuso a mí semejante disparate. Ya que él sabía perfectamente que yo no dejaría el patrimonio de la familia en manos de ese vividor.

Sin embargo, lo que mi abuelo no sabe es que yo soy igual de ambicioso que él, así que no pienso perder lo que por derecho es mío.

Cuando me lo pensé con un poco más de calma, decidí que tal vez no era tan mala idea eso de casarme. Podría hacer un contrato en dónde por beneficio propio, me consiguiera una esposa de mentiras. Una mujer fácil de manipular y que se conforme solamente con obtener una buena compensación. 

Ya habían pasado dos meses desde que me propuse encontrar a una mujer que siguiera mis reglas y me ayudara con mi plan, pero ninguna me convencía. Todas eran demasiados superficiales y eran de estas que les gustaba gastar el dinero a manos llevas. 

La última que había conocido se llamaba Anastasia Ortiz, una chica en apariencia demasiado agraciada y supuse que podría ser la indicada para el puesto. Quería que mi abuelo viera su perfección y creyera que había ganado.

Desde el primer momento en que la vi, me pareció una chica muy callada y discreta, justo las primeras características que necesitaba. Sin embargo, esa máscara se le calló más rápido de lo que creí y resultó ser más falsa que la ropa en tiendas de segunda mano. Ella era toda una experta en manipular a las personas, pero conmigo no le resultó.

Era una maniática en todo los sentidos, una controladora compulsiva y una celopata de estas que son peor que la rabia o la culebrilla. Afortunadamente, no sea llegué a presentar a mi abuelo o este era capaz de haberme casado con ella.

Cuando logré quitarme a aquella desquiciada de encima, volví a mi vida cotidiana en New York y desde entonces no he vuelto a buscar más candidatas. Solamente me dedico a pasar buenas noches y al otro día si te vi ni me acuerdo.

Estoy en mi oficina en una videoconferencia muy importante y de la nada entran los imbéciles que tengo por mejores amigos. Lo que significa que algo tienen entre manos y no me voy a poder librar.

Veo de un momento a otro como Marcos agita una carpeta negra en sus manos y trato lo antes posible de terminar con lo que hacía. Una vez termino la dichosa videoconferencia, cierro mi portátil y miro fijamente a esos dos. Espero que lo que sea que hay en esa carpeta, valga bastante la pena.

-Hasta que por fin tenemos de regreso al gran Daniel Smith. El multimillonario más codiciado de todo New York y el hombre capaz de casarse por una herencia ¿Quién será la afortunada? - dijo Flavio Vitale con su gran humor.

-¿Qué demonios hacen el día hoy ustedes dos en mi oficina y a esta hora? - pregunté sin despegar la vista de ambos.

-Buenos días para ti también querido amigo ¿Amaneciste bien Antonio? ¿Cómo te la sientes Antonio? Literalmente no te cuesta nada preguntarme eso después de haberme jodido una espectacular noche solamente por estos papeles – dice dejado la carpeta.

Miro con una ceja levantada a Antonio y aunque sé que suele ser bastante dramático, lo dejo pasar porque en menos de veinticuatro horas obtuve el contrato que necesitaba. Digamos que Antonio es la joya de esta amistad y el que nos saca de apuros con conocimientos de abogados. A la edad de treinta años Antonio Salazar es uno de los abogados más temidos y respetados del mercado.

- Hoy no tengo tiempo para perder con ustedes, agradezco que hayan venido a traerme estos documentos. Pero les agradecería que fueran que al grano de una buena vez ¿Díganme a que más vinieron? - dije sin más.

-Esa arrogancia tuya mi querido Daniel debo decir que me toca hasta las pelotas ¿Qué no te cansas de ser un amargado todo el tiempo? - preguntó Flavio aparentemente molesto y yo hago como si me importara.

-Vinimos a buscarte para que fueras al antro esta noche con nosotros. Ahora que pudiste librarte de la loca de Anastasia Ortiz, me imagino que debes de querer un nuevo para de pierna. Además, me lo debes por arruinar mi polvo de anoche. - Habló Antonio.

No estaba mala la idea de ir de antro esta noche con ellos dos, a lo mejor encontraba a alguien que me gustara bastante y podríamos pasar una buena noche. Me recuesto en mi silla para verlos mejor y luego de unos minutos en silencio decido aceptar el plan. 

-Está bien, iré al antro con ustedes. Sin embargo, no quiero que me busquen a ninguna mujer de las que siempre acostumbran. Esta noche quiero escogerla yo personalmente y ver si encuentro algo distinto. 

Ante mis repentinas palabras, mis amigos solamente asintieron con la cabeza para luego mirarse entre sí con una sonrisa. Ellos sabían que yo no era hombre de juegos y estaban más de consientes que mis palabras se cumplían.

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