Dormir... que bien se siente dormir.
Miro alrededor, todo está obscuro, solo hay una pequeña ráfaga de luz de la lámpara de emergencia. Me siento agitada y cansada. Lo que pasó con Andrew y Daniel fue mi colapso. Ellos son mi colapso. No quiero a Andrew, amo a Daniel, y si Andrew se preocupa por mí, me va y me viene.
Daniel se cegó por los celos.
—Daniel —lo llamo, no sé donde esta, pero seguro que no me ha dejado sola. —Daniel— vuelvo a decir, no hay respuesta y me altero. Sara está apagada, e instintivamente me alarmo. ¿Qué pasó?—Daniel.
—Tranquila, hija.—Es papá, la paz me inunda. —Daniel se fue a descansar. —me explica.
—¿Él está bien? —pregunto preocupada.
—Sí, sí. Solo está descansando, él también necesita descansar, vendrá por la mañana. Ahora duerme, y descansa.— pide
—No, no tengo sueño. Ya he dormido mucho.—me quejo.— ¿Qué me pasó, p
HOLA si esta historia te dejó totalmente enamorada de Daniel Clark, te invito a que leas la precuela EL LADO OSCURO DE LA LUNA, narrada desde la perspectiva de Daniel unos años antes de que conociera a Elizabeth, en esta precuela hay dos vertientes, o lo amas más o lo empiezas a odiar...
La luz que entra por la ventana con las cortinas corridas me molesta, maldito Daniel, lo ha hecho al propósito. Me reincorporo y voy a cuarto de baño. Cepillo mis dientes, miro lo cabello enmarañado y mi cara está hecha un desastre; el poco maquillaje que tenía está corrido. Me meto a la ducha y disfruto del tiempo que estoy bajo el agua, tomo la esponja y el gel. Cuando salgo de la ducha, me apresuro a tomar una toalla del estante, hace un poco de frío. Tomo mi secador nuevo, el otro ya estaba un poco antiguo, me revuelvo un poco el cabello, y seco mi cabello corto y con ayuda de mi cepillo. Soy interrumpida por la presencia de Daniel, quien me mira con una sonrisa, está apoyado en el marco de la puerta y se ve tremendamente sexy, ¿por qué no me lo violé anoche? Yo y mis reproches mentales. —¿Qué?—no deja de mirarme y eso me pone nerviosa, como el primer día que lo vi, en aquella fiesta. —Eres hermosa —casi me pongo a temblar, ¿será que algún día
Dos días sin Cuchufleto, cuando se lo llevaron, no tuve más ganas de divertirme, regresamos a casa en silencio, un silencio demasiado doloroso. Contuve mis ganas de echarme a llorar. Daniel, solo condujo y cuando llegamos, los dos nos metimos a la ducha en silencio, no dijimos nada. Estoy demasiado aburrida, sus pisaditas nos se escuchan. Y el dolor me apuñala de nuevo. Ya son las 4 de la tarde. El proyecto de Daniel ya está en marcha, por eso tiene que irse desde muy temprano, yo voy al instituto, que por cierto casi nadie se me acerca por ser la Luna de la manada, no tengo amigas, ayer salí a dar una vuelta por la manada y conocí a un par de niños que me robaron el corazón. Daniel construyó las casas de la manada, todas iguales, pero no se dio cuenta de que hay niños, estaría bien poner juegos, es un tema del que voy a hablar con Dani. —Hola, hola.—me saluda Daniel. —Daniel— corro hacia él. Me abrazo a su cuerpo, y me siento chiquita con él, p
Técito es un amor, aún no ha pasado ni tres horas y yo ya me enamoré de él. La cena estuvo muy rica, tenemos un hábito, tomar vino con la cena, con él, nos relajamos y charlamos despreocupados. —¿Vemos una película? —ofrece Daniel, pero la verdad es que estoy muy cansada ya me quiero ir a dormir aunque sean apenas las 10 de la noche. Mañana quiero tener energía para pasármela bien con mis hermanos— ¿Cansada?—pregunta con una sonrisa. —Ya sé por donde vas. —le devuelvo la sonrisa y él se parte de la risa, como si no fuera bastante obvio, amor mío, eres incontrolable. —Eres maravillosa, amor, ¿segura que estás cansada?— ese cabrón, se me está insinuando. —Muy segura bebé.— lo quiero hacer enfadar. —¿Me estás rechazando? —hace una falsa y chistosa imitación de un soldado herido. —Eso jamás, pero estoy que me caigo de cansada —le dedico una pequeña y provocativa sonrisa. —¿Ahora quién se le está insinuando a quién?—se cruza de braz
Mis hermanos hacen un semicírculo enfrente de mí. No lo había visto para nada, desde que casi muero, no he podido venir, y la verdad es qué tampoco quería. Me da mucho gusto poder abrazarlos y más a mi hermano preferido, ya es un niño menos tímido, si James me hubiera echado la mano para salir de mi pozo de timidez seguramente sería una persona diferente. —¿Cómo has estado, cielo? —le pregunto a Franck. —Muy bien, Eli. Te he extrañado mucho. —me abraza y me da un pequeño beso en la mejilla. —Yo igual, pequeño. —se me nubla la vista. —¡Elizabeth! —grita Melany en cuanto me ve. Quita a Franck de un empujón y se me cuelga del cuello. Sonrío incómoda, Melany es la más extrovertida de los cuatro, ¿cómo es qué no salí como ella? —Melany—miro a Franck que está con la cabeza gacha. A mi niño no le gusta compartir. Mi papá, Bárbara y Daniel miran la escena, el único que falta es Larry, que últimamente ha tenido problemas de conducta
Domingo no me gusta nada. Principalmente, porque Daniel no está en la cama, de seguro fue a correr, y sin mí. Ruedo en la cama para llegar a su lugar, para obtener su aroma. Me levanto de la cama y voy directo a la cocina, saco de la alacena de la cocina, en recetario de comida fácil de preparar, creo que soy capaz de seguir unos cuantos pasos. (Bueno eso es lo que digo) —Buenos días.— la voz desanimada de Daniel, me distrae de mis labores, pero sin que se dé cuenta, sigo como si nada. —¿Ya se te pasó el enojo?— busco algo inexistente en el cajón de los cubiertos. —¿Podrías dejar de hacer eso?— se toca las sienes con los dedos. ¿Le duele la cabeza o solo es irritación? —¡¿El qué?! — alzo la voz. —De abrir y cerrar puertas y cajones. —se queja. —Perdóname, estaba tratando de hacer algo de desayunar.— contraataco. —Eli, no estoy tan feliz, pero por favor compórtate bien.— me deja sola y desubicada. —Ve
Estoy a punto de colpasar, han pasado más de tres horas y ni Daniel ni Connor, han regresado, ya es casi de noche, y mi miedo es gigantesco, no quiero irme a casa, no quiero hasta que él éste junto a mí, hasta que lo escuche.—Vamos mi niña, ve a tu casa, esperalo ahí y descansa. —Me pide mi suegra.—No puedo.—Mi mente está casi en blanco.—Ven te llevo, Daniel se sabe cuidar muy bien, además, recuerda que está con Connor, no creo que les pase nada.—Me consuela.—Bueno, creo que tiene razón, iré a la casa.—En un sólo segundo he cambiado de opinión, la verdad es que estoy un poco cansada y decaída, necesito animo, y Técito está solo.—¿Quieres que te acompañe?— Pregunta.—No gracias, no es necesario, puedo irme sola, además oa casa no está tan lejos.— Comento con una sonrisa falsa.—Bueno hija, ve con cuidado.— Salgo de la casa y me encamino a la mía.
Sentía un olor a podrido, un olor asqueroso, podía oler la adrenalina, mi corazón latiendo a velocidades increíbles, tenía ganas de gritar para que me ayudaran, conocía la casa como la palma de mi mano, el temor escondió a mi loba, ¿por qué no pude ser más valiente? ¿por qué fui cobarde? Ahora estoy presa, en una nube imaginaria llena de maldad y odio. Z A C KElizabeth había desaparecido, pero había olores muy familiares, pero no los pude distinguir, no los podía recocer. Basta decir que Daniel literalmente está loco, quiere destruir, pero pude tranquilizarlo, mi gran amigo del alma estaba desesperado hasta el punto de casi llorar, Elizabeth es todo para él, y que ella no éste es lo peor que le pueda pasar.—Vamos Daniel, vamos a encontrarla...— le digo.—¿Y si no es así? —Daniel es conocido por su positivida
ZACKSeguí a Daniel, no tengo el valor de dejarlo solo. Quiero ser testigo de lo que pueda pasar en aquella casa dónde nos había pasado de todo, aquella significaba nuestro sucio pasado.—¿Pero que hacen aquí? —Pregunta Matthew sorprendido.—Necesito de tu ayuda —Le responde Daniel sin pausas. La casa está igual que siempre.—Dime Daniel, ¿para qué te soy bueno?—Necesito armas con balas de plata. —Dice sin más. Miro a Daniel como alguien diferente, alguien del pasado más bien.—Armamento pesado entonces,mira Daniel, te ayudaré, solo necesito saber para que las quieres. —Dice aquél apoyándose en su asiento de cuero café.—Para salvar a mi mate, a Elizabeth Kelley. —Las palabras de Daniel casi son inaudibles.—Oh ya veo, la chica que estaba en una de las fiestas que