Pasaron como cuarenta y cinco minutos y no había noticias de Malú. Joaquín y María Paz llegaron apenas les avisó. —¿Tienes noticias? —indagó Joaquín a su yerno. —Ninguna —contestó Abel resoplando. —Tranquilo —le dijo María Paz, y colocó su mano en el hombro de él—, no pierdas la fe. —Eso hago —contestó abatido. —Mi hija es una mujer fuerte —aseguró Joaquín, reprimiendo su preocupación, para darle ánimos a su yerno, entonces tomó la mano de su esposa y se sentaron. Unos minutos después, el especialista encargado de Malú apareció. Abel se paró como un resorte y corrió. —¿Cómo está mi mujer? —cuestionó agitado. —¿Qué pasó con los bebés? —indagó sintiendo un pinchazo en el pecho. —Abel —expuso con voz pausada—, no te voy a mentir, Malú tiene una amenaza de aborto, la hemos logrado controlar, pero no se puede ir a casa, la vamos a tener internada hasta que pase el peligro —indicó—, no puede moverse, debe estar en absoluto reposo. Abel liberó un suspiro. —Haremos todo lo que nos
Malú no volvió a rayito de luna. Abel consideró que la finca estaba alejada de la ciudad, y que quizás con otra eventualidad, no llegarían a tiempo al hospital. Por lo tanto, habló con sus suegros, y ellos de inmediato accedieron que se quedaran en el apartamento en la ciudad, consideraron que Abel tenía mucha razón. El apartamento era amplio, acogedor, tenía una gran iluminación debido a los enormes ventanales, estaba ubicado en un sitio exclusivo y a diez minutos de la clínica. La decoración era en tonos blancos, muy relajante. Abel procuró que su esposa tuviera todas las comodidades, adquirió un sillón reclinable reposet, para que pudiera trabajar con más calma que en la cama. Cuando llegaron al edificio, Malú lo hizo en una silla de ruedas, y cuando entraron al apartamento, se sorprendió al mirar a toda su familia reunida, ella no era de las mujeres que lloraban por cualquier motivo, pero el embarazo y todo lo ocurrido la tenían muy sensible, sus ojos se cristalizaron al mirar
Un mes después. —¿Listos para conocer el género de sus niños? —cuestionó el ginecólogo a Mafer y Eduardo. Ambos se tomaron de la mano, sus miradas brillaron, sonrieron. —Estamos listos —contestaron. —Son un niño y una niña, felicidades. Eduardo presionó los labios, conmovido, Mafer sintió su corazón agitado. —Ya tendremos la pareja, así que te sacaré cita con mi papá, para la vasectomía —bromeó divertida. Eduardo abrió los ojos con sorpresa. —La que más saldrá perdiendo serás tú. —Inclinó su rostro, para acercarse a ella, pues estaba recostada en la camilla—, no tendrás quien te sacrifique —susurró a su oído. Mafer se mordió los labios, cerró los ojos y su cuerpo entero se encendió. —¿Todo bien? —cuestionó al médico Mafer, le urgía llegar a casa, y encerrarse a solas con su esposo. —Los bebés están en perfectas condiciones —mencionó. Enseguida Eduardo la ayudó a levantarse, y aunque tenía cinco meses de embarazo, su vientre aún no se veía tan abultado, se despid
Semanas después. Las habitaciones de los bebés de ambas parejas estaban listas. La de los mellizos: Thiago y Mariluz fue decorada en tonos blancos; las cunas eran de ese color; sin embargo, el tul que las adornaba era azul para el niño y rosado para la niña. En las paredes colgaban varios cuadros y adornos infantiles, Mafer pidió un sillón reposet para estar con sus bebés, y una mecedora que hacía juego con la habitación. En una esquina estaba una repisa con las cosas necesarias para el aseo de los niños, también había varias repisas en las paredes con juguetes y peluches. Por otro lado, la habitación de Joaquín Jr y Juliana, tenían dos cunas una rosa, y otra celeste con su respectivo tul, las paredes fueron tapizadas con diseños para bebés, en uno de los muros Malú y Abel pidieron que les pintaran un paisaje con un arcoíris. También pidió una mecedora, se iba a llevar el sillón reposet del apartamento a rayito de luna, había un estante con las cosas de los bebés, una alfombra co
Majo había reaccionado, pero no era de gran ayuda, estaba sentada pálida sin saber qué hacer. Respiraba en una bolsa de papel. —Inhala y exhala —le decía Malú a Mafer, mientras tomaba el tiempo de las contracciones de su hermana y las de ella—, las tuyas son cada veinte minutos —expresó—, tenemos tiempo, tranquila, llegaremos al hospital. —Tengo miedo —dijo Mafer y observó a su hermana con el rostro lleno de lágrimas. —Yo también siento lo mismo, pero recuerda quién nos cuida, todo va a salir bien. —Apretó su mano—, en unas horas conoceremos a nuestros bebés. —Sonrió. Mafer limpió sus lágrimas, también sonrió. Majo apenas reaccionó y llamó a avisarles a sus padres. —Necesito una ambulancia, creo que me voy a desmayar otra vez —expresó, y al ver como sus hermanas se quejaban, negó con la cabeza—, en definitiva, le diré a mi papá que le haga la vasectomía a Sebas. ¡Caso cerrado!Mafer y Malú a pesar del dolor, no pudieron evitar reír al escucharla. Unos minutos después la puerta
Malú fue llevada al quirófano. El médico se acercó a Mafer: —También vamos a preparar el quirófano, ninguno de los bebés, está en posición de nacer, además rompiste membranas y no podemos esperar que alguno sé de la vuelta, sería peligroso. —Pero ¿los bebés se encuentran bien? —indagó Eduardo sintiendo su pecho agitado. —Están perfectos, por eso haremos la cesárea para evitar complicaciones, tranquilos. Eduardo besó la frente de Mafer. —Todo estará bien, cariño, en pocas horas los conoceremos. **** En la una sala de quirófano, Eduardo sostenía la mano de su esposa, mientras el médico empezaba la cirugía. —Todo estará bien, cariño —le decía, le acariciaba la mejilla, mientras intentaba mostrarse tranquilo, pero lo cierto era que por dentro era un manojo de nervios. Entonces rememoró el camino recorrido para llegar a ese instante. Recordó como había refunfuñado cuando Abel le propuso realizar nuevos proyectos en Sudamérica. Se había negado rotundamente, sin imaginar que
Instantes después Abel y Eduardo salieron del quirófano, se encontraron en el pasillo, y se estrecharon en un fuerte abrazo. —Ya somos papás —dijo Abel. —Aún no lo puedo creer —expresó carraspeando Eduardo—, estoy tan conmovido. ¿Cómo está Malú, y los bebés? —Todo salió de maravilla, mis bebés son preciosos —dijo Abel con la mirada iluminada—. ¿Cómo está Mafer? ¿Nacieron bien los niños? —Todo bien, Mafer y mis hijos están muy sanos, tienes que conocerlos, son preciosos. —Me muero por conocer a mis sobrinos, salieron preciosos por Mafer —respondió Abel, bromeando—, pero antes vamos a avisarles a la familia —sugirió. **** En las sala de espera tanto los padres de las chicas como los de Abel, esperaban con impaciencia. Majo mantenía pegada su cabeza en el pecho de Sebastián. —Fue horrible, yo no quiero saber nada de bebés, eso no es de humanos —expresó—. ¿Cómo puedes sacar un bebé, por un pequeño orificio? —Negó con la cabeza. Sebastián carcajeó al escucharla, y la abrazó.
Al día siguiente la puerta de la habitación de Malú se abrió con lentitud. Abel dormía junto a su esposa, y tenía a uno de los bebés, abrazado a su pecho. Malú, tenía sobre su brazo a su niña, también dormía. Mafer observó con ternura aquel maravilloso cuadro. —Buenos días —carraspeó. Ellos no lo escucharon; sin embargo, el llanto del pequeño Thiago, despertó a sus primos, y a su hermana. Malú abrió los ojos, se sobresaltó pensó que era uno de sus bebés. Frunció el ceño al darse cuenta de que el llanto provenía de otro lado, entonces giró, frunció los labios, la herida le dolía; sin embargo, al ver a su hermana, la mirada se le iluminó. —¡Mafer! —exclamó. María Fernanda había convencido a Eduardo de llevarla a visitar a su hermana, por la herida de la cesárea, lo más conveniente fue trasladarla en silla de ruedas. —Vine a presentarte a tus sobrinos —comentó sonriente—, y a conocer a los míos. Malú esbozó una amplia sonrisa. Abel abrió los ojos al escuchar el llanto de su hijo,