Maximiliano tiende a esas miradas llenas de acopio y en seguida son sus manos que envuelven a su hermana pequeña. Al tener junto a si, de esa manera puede conseguirse a sí mismo sentir el querer que es dado junto con las manos enguantadas y directas hacia ella. Dispuesto a dejarlo un rastro de besos por su frente, Giovanna no deja de mirarlo con aquellos ojos verdes idénticos a los suyos, pero más juveniles y con un pensamiento distinto de igual forma. —No estoy diciendo mentiras —sale de su boca ese manojo de seriedad.—Lo sé —responde. Ahora que hasta Giovanna le hace saber que todo esto no es más que una simple agonía, se tiene que mantener aún neutral ante esto—. Giovanna, linda, hablaremos después. ¿De acuerdo?—Tienes que estar bromeando. ¿Ya te vas a ir?—No, no me iré —le dice con suavidad—. Robert llegó y me reuniré un momento con él. —Mamá estuvo toda la tarde preguntando por ti. Así que cuando termines, sube a verla. —Descuida —parece ser lo último que dice porque
Una vez consigue entender a qué se refiere Robert tiene que buscar la forma de mantenerse impertérrito. Pensar en ella es un mundo nuevo. Al mirarla hoy otra vez, teniéndolo tan cerca. Tan bella. Tan hermosa. Sus mejillas sonrosadas, su pelo que muere por volver a olerlo…Entre toda esa manía que lo ha de volver loco con su sola presencia, no le hace bien pensar. Son cientos y miles de pensamientos que atravesaron su solo estoicismo y que cayó hacia aquel sentimiento que indicaba tristeza por el simple hecho de pensar que la perdido.Y más aún cuando se trató de aquel hombre. A quien Maya le había confesado ser su pareja hace mucho tiempo allá. ¿En qué creer entonces? Si la misma razón por la que su relación también se fue de picado ha sido por Diana en medio de ellos dos. ¿Y aun así está de esta manera? ¿Qué puede decir si no hace nada más que pensar en Maya como si la necesitara ahora? No puede continuar con esto. Y las palabras de Robert tal vez tengan razón, no es justo seg
A Diana no se le atisba apaciguamiento en la mirada, y se pone a mover la cabeza en señal de desacuerdo.—¿Y qué quieres que diga? —Diana inquiere echa un manojo de rabia—. ¿Qué? No fui yo quien hizo todo eso.—Lo sé —responde Maximiliano—. Y no te estoy culpando. Pero debemos hablar de esto si es quieres que aún continuemos siendo amigos.Diana lanza una mirada inquisidora, llena de agravio y envuelta nada más que por la expresión incrédula.—¿Estás bromeando? —Diana se coloca en una mejor posición para verlo—. ¿Cierto?Maximiliano no contesta. Y en realidad, lo que hace es hablar de cierto tono ajeno y empieza:—En primer lugar, que fue un error todo esto. Que fue un malentendido —el coche sigue andando, hacia una calle que se vuelve más estrecha conforma avanza—. Probablemente alguien te escuchó y sacó provecho de esto —continua diciendo con normalidad—. Pero no quiero que creas que estoy molesto porque estás esperando un hijo, Diana, ni siquiera lo pienses. Ese niño nada d
Maximiliano se queda impertérrito. El mismo instante que daba cavidad a su esperanza se quiebra y toda certeza de la que había estado preso se esfuma, así como la llamarada de una hoguera. El pecho se encoge, el corazón se oculta, su clamor se apaga. Todo se vuelve oscuro. No ha sido nunca la mirada de la que quiere ser preso. Porque es peor conocer que este mismo hombre frente suyo es quien también tuvo un lugar en el corazón de la mujer que ni siquiera ve. Maximiliano se siente un idiota. Un completo estúpido. ¿Cómo creyó…?Quiere irse de inmediato, y no es el tiempo necesario para verificar como es Sean, quien todavía permanece abrazándola con la cabeza recostada en el hueco de su hombro, lo observa detenidamente y lo vuelve a oír. —¿Qué está haciendo aquí…?Sean también tiene una expresión incrédula, que no puede pasar por alto y mucho menos sentir que ha sido todo esto causa de tal vez una imprudencia. Es quizás la peor decisión que haya tomado. Maximiliano lo ati
Los ojos de Diana se van directo a un punto que no es ni él, ni dentro del lugar, ni muchos menos cabecear en lo que apenas había escuchado. Quiere mencionar ciertas palabras y lo vuelve a oír. En un punto que ya es tan frágil como el mismo viento ondearse fuera de eso. Es como si la propia voz se hubiese marchado, y no es que mantenga una allegada lastima hacia sí misma, sino que quizás Maximiliano ha cometido el peor error de su vida.Así que se voltea, directo a punzar su mirada llena de decepción entre sus ojos y parece sonreír sin ganas. —Nos vio —susurra—. Ella te vio besándome. Quiebres dentro de su pecho se siente al instante en que Diana pronuncia esto. Una ráfaga de un miedo inexplicable, acobardándose sin duda sobre lo que escucha. En su rostro se observa la preocupación. El agobio que anega todo lo que es. Parpadea. La expresión de su rostro no es más que de una conmoción atormentada. Diana no parece estar mintiendo. Su expresión de igual forma se mantiene vig
No cuenta el momento que lo oportuna con el apretón y el denuedo de cada asalto de culpabilidad y falta llegando sin otra motivo que hacerlo sufrir un poco más. Las cosas no tenían porque salir así. Medita en la decisión que por todo aquel día asechaba en las agallas. Y esas mismas agallas lo aferraron a sentir que la vida podía volver a ser la misma antes de todo esto. Y creyéndolo así, salió a buscarla. Su deseo estaba haciendo se realidad. Y la realidad parecía el mismo sueño al escuchar de Diana todas aquellas palabras. Qué otra cosa podría salir mal. Cada cosa tuvo que salir más. No puede contener las ganas de pensarse como el peor de los idiotas existiendo. Más allá de corroborar todo esto, es una realidad. Y la manera que se debían dar las cosas no llegaban hacerla menos ni más dichoso. ¿Otra oportunidad? Maya no sabía, y tal vez no lograba comprender que Maximiliano había ido por ella. Si tan solo… Una ráfaga de indignación se apresura hacerle compañía. Apenas l
Son palabras que salen con fuerzan, y que hacen a Robert observarlo con una mirada cómplice que trata de ocultar. Maximiliano se quita los lentes cuando sabe que ha pensado en voz alta, y al contrario de denegar este absoluto refuerza lo que antes ha dicho:—Si conoces otra cosa que trate de esto te voy a pedir que me lo digas.Robert asiente de inmediato. En estos momentos es el único que puede saber que aún los sentimientos por Maya sobrepasan aquella suspicacia creada por simples conjeturas. Robert conoce muy bien a su primo. Y en vez de denegar su ayuda, le aprieta el hombro para tomar el periódico.—Descuida que yo lo haré —una sonrisa después se emana frente su rostro.Maximiliano le devuelve el aprieto y cuando consigue otras palabras acerca sobre lo mismo, los dos se giran al sonido de toque en la puerta. No puede faltar mucho el reconocimiento de quien se asoma por la puerta. Tanto Robert y Maximiliano sonríe con cuidado a la mujer que pide permiso para entrar. Al
—¿Estás bien ahora? La voz de Maximiliano le llega a Diana mientras se alejan del abrazo. Sus ojos hacen saber que la cercanía de la que eran antes merecedores aún sigue ahí. Una ligera sonrisa en Diana se observa con cuidado. —Claro que lo estoy —responde—. ¿Estás bien tú? Sirve como pregunta, pero como respuesta no tiene ni la misma sensación. No trata de querer aparentar que quizás la respuesta a esto no es igual que la de Diana, pero hace el intento de mantenerse claro al propósito que ahora obtiene. Diana lo observa con interés y Maximiliano mira otro lugar, luego devolviéndole la sonrisa una vez que la mira nuevamente. —Lo estaré. Entonces ella le contesta. Su mano viaja hacia su hombro. —Hablarás con ella, ¿De acuerdo? —su voz suena fuerte. Incrementó un poco de su voz habitual—. Tienes que prometerlo. No es ahora el momento adecuado para pensar que esto lo sobrecoge hacia un punto en el que incluso cree que está soñando. Pero no puede estar más que feliz, a pesar de t