Lira se mantuvo en silencio, de pie a un costado, preguntándose si de verdad le convenía escuchar esa conversación.Se aclaró la garganta con una risita nerviosa.—Sigan platicando. Yo… voy a ver si ya tienen listo lo que ordenamos en la cocina.Pensó que mejor hubiera salido antes, pues ahora temía que Y pudiera silenciarla por haber escuchado tanto. En cuanto Lira se marchó, el ambiente en la sala privada quedó cargado de tensión: solo Daisy e Y frente a frente.Él avanzó hasta quedar muy cerca de Daisy y, sin cortarse, alzó la mano para acariciarle el rostro.—Pequeña, dime: ¿cómo piensas compensarme por haber sospechado de mí?Daisy se apartó de su contacto y sirvió dos copas de licor, ofreciéndole una a Y.—Nuestro maestro siempre decía que a ti te encantaba el «vino de flor de durazno». Lira lo prepara de forma casera, ¿por qué no le das un sorbo a ver si te agrada, Y?Y miró la copa con una sonrisa.—Vaya… así que te acuerdas de lo que me gusta. Eres un encanto. Aunque…Se detuv
Si no hubiera sido por respeto a su maestro Aarón, Daisy lo habría eliminado desde hacía tiempo. La aguja, afilada como un dardo, estaba a punto de tocar la piel de Y cuando, de pronto, su muñeca fue sujetada con fuerza…—¿Estás… bien? —farfulló Daisy, incrédula al ver que Y seguía en perfectas condiciones. Cero rastro de envenenamiento. Así que todo ese espectáculo de debilidad no había sido más que una farsa.La comisura de los labios de Y se elevó con un aire de malicia.—Pequeña, reconozco que no soy tan hábil como tú en el arte de los venenos, pero tampoco soy tan ingenuo como crees.—Y, con una mirada astuta—: Vayamos directo al grano. Nos conocemos de años. Para alguien con tu temperamento, ni siquiera importaba que yo fuera inocente de lo que pasó con Blanca. De cualquier forma, nunca me habrías invitado a cenar…—Ya que lo tenías todo calculado —lo interrumpió Daisy con un tono cortante—, ¿acaso también sabías que pensaba acabar con tu vida?Aprovechando un descuido, Daisy ret
De pronto, su mirada se tornó afilada.—Te la pasas diciendo que quieres vengar a Javier. Pero hasta ahora, no veo que hayas hecho nada contra Fernando. Ah, no, me equivoco: le enviaste una notificación legal a Thiago… y ahí se quedó el asunto.Los ojos de Y destilaban ironía.—Dices que Fernando no te importa, pero a mí me parece todo lo contrario. ¡Si el responsable de lo de Javier hubiese sido otro, seguro que ya habrías acabado con él!Daisy se limitó a observarlo en silencio. Durante varios segundos no respondió, hasta que al fin habló con voz firme:—Hace poco no entendía quién estaba intentando enemistarme con Fernando… y resultó ser tú.Y parpadeó, sorprendido, pero se recompuso enseguida.—No sé de qué hablas…—¿De verdad no lo admites? —Daisy arrimó una silla y se sentó, cruzando las piernas con elegancia—. Cuando ocurrió el accidente, Thiago juró que nunca soltó la mano de Javier. Pero una empleada de la familia Ortega asegura haberlo visto soltarse justo antes de la caída.
Enseguida, el teléfono de Daisy desplegó un video que mostraba a Fernando reuniéndose a solas con Fausto.Recordó entonces que Fernando le había asegurado no tener ningún trato personal con la familia Ortega, pero en las imágenes, ambos parecían mucho más cercanos de lo que él admitía. ¿La había engañado?Daisy no podía asegurar la autenticidad de la grabación, sobre todo sabiendo de lo que Y era capaz. De inmediato le envió el archivo a Nala para que lo analizara. Ella era experta en detectar cualquier tipo de montaje o edición.Pocos minutos después, Nala le confirmó que el video no presentaba señales de haber sido manipulado. Eso solo significaba una cosa:Fernando realmente le había mentido.Justo entonces sonó su teléfono. Era Enzo.—Jefa, estuve siguiendo a Fausto estos días y no lo he visto reunirse con gente sospechosa, excepto… —Enzo se quedó callado un momento.Daisy entrecerró los ojos con impaciencia.—Habla de una vez.—Excepto con Fernando. Justo antier en la noche, Ferna
Así que ese era el motivo de su aislamiento progresivo.—Blanca, escúchame. No eres fea en absoluto. Sigues siendo la misma chica de siempre.—¡No! ¡Me estás engañando! —gritó Blanca, con los ojos cerrados mientras lágrimas rodaban por sus mejillas—. Lo escuché, todo el mundo lo dice: que ni con todo el dinero del mundo podré volver a ser quien era.Daisy supuso que esas palabras provinieron de algunos comentarios imprudentes de médicos o enfermeros. Ella misma había oído murmullos parecidos. Frunció el ceño y, por un instante, dirigió a Fernando una mirada de reproche: si hubiese estado más pendiente de su propia hermana, tal vez no habrían llegado a este punto.Sin embargo, en vez de reprocharle abiertamente, Daisy se centró en calmar a Blanca a través de la hipnosis, utilizándola para insuflarle consuelo y seguridad. Poco a poco, Blanca se tranquilizó y Daisy decidió dejarla dormir un rato más, aprovechando su estado relajado.Tras acomodarle la sábana con cuidado, salió de la habit
Fernando miró a Daisy con calma.—Si fuera tu propia hermana, ¿en serio la dejarías bajo el cuidado de otra persona, así como así?—¿Qué insinúas? —replicó ella, pero comprendiendo perfectamente a qué se refería—. ¿Te da más confianza que esté en tu casa y no aquí? Entonces llévatela ahora mismo.Sin decir más, Fernando se acercó a Blanca y le soltó sin rodeos:—Vámonos.Blanca, que estaba sumida en sus pensamientos, alzó la vista con desconcierto.—¿A dónde?—A casa —respondió él con sencillez.Al oír la palabra «casa», Blanca miró enseguida a Daisy.—Daisy, ¿no habías dicho que me quedaría aquí?Daisy aún no abría la boca cuando Fernando se adelantó a responder:—Ella cambió de idea.«¡Pero qué…!» Daisy se contuvo por no soltar un improperio. Estuvo a un paso de querer partirle la cara. Esperaba que Blanca se negara a ir con él, pero ella solo lanzó una mirada de resignación y se puso de pie, dispuesta a seguirlo. Parecía una niña que, sin entenderlo todo, asume que la han abandonado
Esa misma noche, una vez que Blanca se quedó dormida, Daisy regresó a su habitación. Para su sorpresa, al empujar la puerta, encontró a Fernando dentro. Al verlo, su semblante cambió al instante.—No sabía que el señor Suárez tenía la costumbre de meterse sin permiso en las habitaciones ajenas.Ignorando la mirada incómoda de Daisy, Fernando fue directo al punto:—¿Está grave?Ella notó que hablaba de Blanca y relajó un poco la expresión.—Aunque intenté hipnotizarla dos veces, no veo mejoría. Parece haberse aislado por completo en su propio mundo.La preocupación se reflejó en los ojos de Fernando.—¿Hay algo que pueda hacer?Daisy pensó por un momento antes de responder:—Tal vez si aceptara verte, podrías hablar con ella y transmitirle un poco de seguridad. Le vendría bien sentir que su hermano está a su lado, eso podría ayudarla a mejorar.En el fondo, Blanca necesitaba recuperar esa sensación de protección que le faltaba. Era evidente que, últimamente, no había querido ver a nadie
A Daisy le incomodó verse descubierta. Sin embargo, se recompuso enseguida y respondió sin titubeos:—Si no fueras hermano de Blanca, tu salud me importaría un comino.Fernando no se creyó ni una sola palabra.—Deja ya de engañarte a ti misma.—El que se engaña eres tú, no yo —le soltó Daisy con ironía evidente—. Si necesitas sentirte importante, ve a buscar a Frigg y no pierdas tu tiempo aquí.Al oírla nombrar varias veces a Frigg, los labios de Fernando se tensaron. Nunca ha sido de los que se explican ante nadie, ni siquiera ante Daisy. Prefiere demostrarlo con hechos. Sin embargo, ante la obstinación de esta mujer, que parecía no captar sus señales, recordó las palabras de Blanca: «Hay cosas que, a veces, conviene decirlas en voz alta…».Decidió intentarlo.—Lo que ocurre con ella y conmigo no es lo que…La frase quedó a medias cuando su teléfono comenzó a sonar. La expresión de Fernando cambió de inmediato. Retiró la mano de la puerta y dio media vuelta con prisa.Daisy reconoció