Un fuego rugía entre dos grandes y oscuros sofás; la luz baja y titilante proyectaba sombras, pero no podía ocultar el desenfreno que se estaba produciendo. Las mujeres empezaban a quedarse a medio vestir cuando sus pechos quedaban al descubierto, las manos desaparecían en los regazos y a través de los pantalones desabrochados.El olor del humo de los puros cubanos llenaba el aire, y las risas femeninas de tono sexual sonaban en mis oídos. Cuando estuvimos en la barra, mantuve mi cuerpo de lado para poder ver toda la sala y tener la entrada a la vista. Mantuve la mano derecha libre por si la necesitaba para sacar mi pistola. Y me quedé mirando a Leonid mientras pedía cuatro vasos de whisky. Mientras llenaban las copas, Leonid me dedicó otra sonrisa de tiburón, con sus dientes blancos y rectos, los incisivos un poco demasiado afilados.—Estaba hablando con mis hijos de la tensión que está surgiendo en la Bratva y la Cosa Nostra, así como con la 'Ndrangheta, que acaba de reclamar territ
Su boca se movía, y pude suponer que me estaba preguntando qué coño quería, tal vez amenazando con matarme. Sin quitarle la vista de encima, estiré la mano y aparté a Lina de él, pude sentir que me miraba, podría suponer que sus ojos estaban muy abiertos y una expresión de shock cubría su rostro.La boca del cabrón seguía moviéndose, ahora más rápido, su ira cubría su cara de un tono rojo, sus ojos se entrecerraban, una vena salía de su frente por la rabia.Fui consciente que las palabras salían de mi boca y se dirigían a Lina. Palabras que se acercaban a ”Quédate cerca de mí. Todo irá bien”. Pero mi mente estaba demasiado confusa por la ira y la posesividad como para captar cualquier tipo de cordura en este momento o para asegurarme que siquiera dije las palabras en voz alta.Y entonces sentí un gran peso en la mano: una de las bolas de granito decorativas que había en algunas mesas, cuyo diseño recordaba el detallado trabajo de los huevos de Fabergé.Sentí un zumbido de bajo nivel q
Esperaba que se volviera hacia mí, que dijera algo ahora que estábamos en sus dominios, pero seguía sin decir nada, simplemente se adelantaba a mí, el suave sonido de sus zapatos al golpear el suelo parecía más fuerte de lo que probablemente debería.—¿Estás bien? —pregunté finalmente, aunque me pareció tan estúpido hacer una pregunta así.Apoyó las manos en la barra y colgó la cabeza durante un segundo antes de soltar una risa baja, corta y sin humor.—Tú eres la que fue agredida sexualmente esta noche, ¿y me preguntas si estoy bien? —Giró sólo la cabeza para poder mirarme, las sombras del oscuro apartamento y los hilos de luz que entraban por todas las ventanas desde la ciudad justo detrás del cristal le hacían parecer casi siniestro.—Sí. Supongo que lo estoy. —Nos miramos fijamente durante tanto tiempo que empezó a ser incómodo. Mi cuerpo no debería sentir calor, tanto que sentí un hilillo de sudor que bajaba entre mis pechos.Sus ojos eran duros, oscuros. Intensos.—Estás en shoc
LugoiNo quería asustarla. Quería atraerla contra mi cuerpo y sostener su cabeza contra mi pecho, enredar mis dedos en la larga caída de su pelo, y susurrarle todas las palabras que le hicieran saber lo segura que estaba.Quería saberlo todo sobre ella. Quería que ella confiara en mí.Ella ocultaba cosas sobre su vida, su pasado, su presente y su futuro. Quería arrancarle esos secretos hasta que se sintiera tan vulnerable ante mí como me hizo ante ella. Ni siquiera sabía cómo, ni por qué, ni una mierda, pero esta mujer cambió algo monumental en mi vida. La odiaba.No podía vivir sin ella.Meses. Sólo necesite un momento para mirar sus inocentes ojos y saber que había algo ligero y diferente que el mundo podía hacer... algo que podía moldearme. Sólo un puñado de meses para poner mi mundo patas arriba sin que ella tuviera que pronunciar una palabra.Joder. Mira. Eso fue todo lo que necesité para bajar a esta madriguera donde, por primera vez en mi miserable vida, me cuestioné mi propia
GalileaEstaba en el centro de lo que era claramente una habitación de invitados. Estaba bastante segura que nadie estuvo nunca en esta habitación, aparte del ama de llaves. Estaba vacía de vida. Podría ser una habitación de hotel por lo “cálida y acogedora” que era.Observé la habitación y me di cuenta de lo escaso que era todo. La cama de matrimonio estaba pegada a la pared en el centro de la habitación. Una cómoda enfrente. Un televisor sentado encima. Había una silla acolchada junto a la única ventana, con cortinas transparentes que dejaban pasar una luz tenue. Había un pequeño cuarto de baño adjunto a la habitación y un pequeño cuadro de un paisaje que colgaba de la pared junto a la cama.Me acerqué al cuadro y me puse delante de él. No me molesté en encender las luces. Ya estaba inmersa en la oscuridad, así que más valía que me acostumbrara a ella. Me quedé mirando aquel cuadro, una serena escena de playa con la hierba alta congelada en un movimiento de vaivén por el viento, las
su merced. No era fuerte en el sentido físico, y los pocos movimientos de defensa personal que conocía no me servirían si alguien quisiera hacerme daño de verdad.—Te enseñaré a luchar.Sentí que mis cejas se elevaban hasta la línea del cabello ante sus palabras.¿Enseñarme a luchar? Tenía en la punta de la lengua decirle que no, que la lucha y la violencia eran lo último que quería. Pero, ¿lo era realmente? Tenía que aprender a protegerme, no sólo de la mierda de Las Vegas, sino también de todas estas otras cosas.—No es negociable, Lina.No sabía si el hecho que lo desafiara lo cabreaba o lo divertía. Era difícil leer las expresiones de Lugoi la mayor parte del tiempo, porque se mantenía tan cerrado.—De acuerdo —dije sin ningún tipo de calor. Habría tomado más clases de defensa personal en Las Vegas antes de huir, pero los fondos y el tiempo no me lo permitieron. Y mientras lo miraba fijamente, sabía sin duda que Lugoi podría matar a alguien con sus propias manos si fuera necesario
GalileaMe sentía como si fuera una muy mala idea mientras estaba de pie frente a Lugoi en un ring de boxeo cuestionablemente manchado, posiblemente una vez blanco.Hacía casi dos horas que salimos de su apartamento. Contemplé la parte acomodada de la ciudad, recordando los relucientes rascacielos que parecían tocar el cielo, donde la gente caminaba por las calles sin el temor de verse arrastrada a un callejón oscuro.Miré por la ventanilla de su auto y vi cómo la opulencia se convertía lentamente en esa fealdad por la que era tan conocida Desolation.No necesité preguntar si este gimnasio era ruso. Eso quedó claro cuando entramos y vi la enorme bandera rusa colgada detrás del ring de boxeo, junto con el hecho que todo lo que oía eran hombres gritando y hablando en otro idioma.Al principio, tuve un extraño momento de asombro mientras seguía a Lugoi dentro, con la bolsa de deporte colgando de sus fuertes y anchos hombros. Aunque todo el ruido sonaba como si hubiera un centenar de homb
GalileaAl día siguiente, la rutina era la misma. Pero cancelé mi turno, sabiendo que era lo más inteligente hacer aunque me pareciera mal con mi objetivo final.Desayunamos antes que Lugoi me llevara al gimnasio, donde ladró en ruso a los hombres que estaban allí, lo que hizo que se dispersaran, y luego procedió a ayudarme a entrenar durante unas horas.Después de un almuerzo ligero, volvimos a su apartamento, donde me duché y procedí a desmayarme hasta la cena. Me dolía el cuerpo, incluso me dolía la piel por la forma casi brutal en que Lugoi me presionó con la defensa personal.Y aunque nunca estuve tan cansada, tampoco me sentí más fuerte ni más segura de protegerme. Nunca me sentí tan... segura.Hacía una hora que se había puesto el sol y Lugoi pidió comida italiana, que acababa de ser entregada. Las bolsas eran elegantes y negras, con letras doradas estampadas en el frente. Nunca comí en un lugar que tuviera bolsas de entrega tan elegantes como éstas o, diablos, bolsas de entreg