43.
Una fuerte brisa hace que todo a nuestro alrededor suene, pero no veo señales de lo que me está siguiendo. La luz baja ya que más nubes tapan el sol. Cuando el viento se calma, puedo escuchar cómo algo cae al suelo a unos diez metros de mí, pero está tapado por los gruesos troncos de los árboles. Mi loba gruñe, preparada para atacar, y trato de mantenerme en la posición intimidante en la que estoy.

—¿Qué quieres de mí? —pregunto apenas diviso la figura de un hombre más alto que yo.

Él sigue caminando hasta quedar a unos tres metros de mí. Es blanco, tiene ojos marrones oscuros y es pelón. Además, tiene algunas cicatrices en el pecho. Aunque no quiera, retrocedo un par de pasos por instinto; es un beta.

—Te dije... —no puedo seguir ya que él se arrodilla de golpe y agacha su cabeza.

—Luna, perdone mi insolencia y lamento si la asusté.

—¿Qué hacías siguiéndome?

—No puedo dar esa información, pero el Alfa Alexander ya debe estar llegando.

—¿Te ordenó que me siguieras?

«Él cree que me esca
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