CAPITULO XIIDOLORES DE PARTOLas naciones aledañas a Alemania, sufrían un terror mórbido que les impedía presentar un frente común, que quizás les hubiese dado el tiempo necesario para enfrentar la situación con cierto grado de realismo. Ahora el discurso de Hitler sobre el espacio vital que la raza aria, precisaba les anunciaba amargas escenas de dolores como de parto, en que las naciones vecinas serían el sacrificio propiciatorio. Francia, e Inglaterra hacían oídos sordos a las peticiones de naciones pequeñas que ya se veían tragadas por lo que Hitler anunciaba sería la Gran Alemania. El palacio de Belvedere tenía ya como invitada asidua a Wallis Simpson, cuyo esposo ausente en viaje de negocios casi permanentemente, dejaba al albur de Wallis su comportamiento y sus acciones, de tal modo que nada le impedía llevar a cabo su misión, sin oposición ni control alguno. Eran ya numerosos los fines de semana que esta pasaba en el palacio, a veces con la augusta presencia de los reyes y
CAPITULO XIIIUN LUGAR EN BELVEDERE PARA WALLIS SIMPSONEl regreso a Gran Bretaña, supuso un antes y un después a la hora de enfrentar la situación que los obligaba a caminar en la cuerda floja, entre los crueles comentarios de la prensa mediatizada por la realeza y las convencionales tradiciones de esta, que les intentaba someter a la esclavitud de un rey trasnochado, que sin embargo era sensato a la hora de tomar decisiones maduras que le afectaban tanto a él, como a su familia, como a la estabilidad de la monarquía, a la que había elevado a un nivel inigualable hasta el momento. El se lamentaba de que no obstante fuese su propio hijo primogénito quién la hiciese decaer tras su muerte aniquilando de este modo su trabajo duro en tal sentido. Aquel regreso fue usado para dar orden al servicio del palacio de Belvedere, para que siempre estuviera dispuesta la habitación de los Simpson, a fin de que cuando llegasen pudiesen siempre hospedarse en el palacio. A nadie le pareció extraña la
CAPITULO XIVLA MUERTE VISTE DE NEGROBajo el arco de triunfo, que es la puerta de Brandenburgo, desfilaban ahora uniformados con el color de la oscura muerte que designaba a los elegidos, para llevar a cabo sus designios, con la ignominia marcando sus gorras con forma de tibias cruzadas bajo una calavera, a los que harían de sus semejantes víctimas del odio racial. Con orgullosos estandartes rojos, en cuyo centro se abría como ventana a otro mundo solo imaginado por ellos, un campo blanco, ocupado por una esvástica negra, que revelaba sus intenciones. Miles de estandartes en manos férreas, que desgranaban un futuro quimérico, que ahorraría muerte y sangre a quien de él renegara, y tambores de guerra que expulsaban al aire sus obscenos golpes, como preludio de algo que la historia no conoció, arma de desolación, que barrería de la faz del orbe, todo aquello que sirviera como acicate para la libertad. El duro taconeo de las botas militares sobre los adoquines, marcaban el ritmo frenét
CAPÍTULO 31LA COMITIVA FÚNEBRELa comitiva fúnebre avanzaba bajo el peso de los sentimientos contenidos y los golpes de tambor, en medio de una muchedumbre atormentada, que veía como con el cuerpo inerte del rey se escurrían entre sus pensamientos, los deseos de una paz imposible con el diablo germano. Los nobles de las casas de importancia de Inglaterra, rodeaban al féretro a modo de faraón difunto que va en pos de sus dioses, para ser pesado en la balanza con los ritos cumplidos y la fuerza de sus escritos en los papiros de la vida, que sus hechos son. Marchaban en silencio a lo largo del eterno recorrido, de aquel el último fasto que el decadente imperio inglés vería, y atentos a cualquier cambio que pudiese darse. La guardia real a caballo, sables en mano, con sus característicos abrigos grises cubriendo sus cuerpos, a modo de capas de seres intemporales, encargados del cuerpo de un rey, señor de vidas y haciendas, que había muerto como el último de una saga, capaz de mandar sobr
EL REY NAZIBajo la techumbre de Buckingham Palace, un nuevo rey desplegaba sus ideas preconcebidas y ordenaba los cambios que consideraba adecuados a su rango, rescatando de un pasado apolillado entre baúles olvidados en desvanes de ostentosa autoridad, los poderes perdidos de un rey polígamo…conformaba un eje junto a la potencia emergente germana, que alarmaba a una clase política que veíaba como se alteran los intereses patrios en pro de un dictador que podría muy bien dividir en dos el imperio británico, que tiempo ha, había comenzado a disiparse en las páginas de la historia como parte de un pasado glorioso que daría paso a la modernidad. Wallis enfundada en el conocimiento de su situación, que le proporcionaba poder y admiración como nunca soñase, advertía el futuro, como algo modelable por la mano de su protegido, que en privado derretía su cuerpo y su alma como miel derramada y en público asomaba como cabeza dominante, de un imperio que resistía sus impulsos dictatoriales alin
CAPITULO XVILA REINA IGNORADAWallis se paseaba nerviosa por el todavía domicilio conyugal, había conversado hacía dos meses largamente con Ernest Simpson, su esposo legal, y este había accedido a declararse culpable de adulterio, lo que le facilitaría el divorcio y quedaría libre para convertirse en reina, a pesar de las oposiciones tenaces de los más recalcitrantes políticos, que conservaban la rancia imagen de la monarquía, que fuera de contexto se desmoronaba como si se derritiese en medio del mar el más grande de los icebergs. Había en aquellos ojos un pozo oscuro y profundo, lleno de nostalgias perdidas, en un ayer cruel y sórdido, que se atrevía a invadir su mente demasiado a menudo. Eduardo combatía en una batalla perdida de antemano para que Wallis fuese aceptada como consorte, que no reina en un matrimonio morganático, es decir que no ostentaría el título de reina, pero podría contraer matrimonio con el rey. Era esta la rendija por la cual, se iban acolar los designios de
Palacio de Buckingham La reina veía como el pueblo va calmándose en sus sentimientos afectados por la repentina muerte de Diana de Gales, la princesa que recorriese el mundo trabajando a favor de diversas obras humanitarias, cobrando la fuerza que para sí anhelaba la monarquía inglesa. La reina Madre Elizabeth, recibía a los joyeros londinenses de mayor importancia, a fin de renovar su guardajoyas. Isabel II tomaba el té en sus aposentos sola y en mitad de esa inmensidad que le producía desasosiego y angustia, meditando sobre cada detalle que se había ido dando como don del cielo, o más bien debería decir del Averno mismo, por el resultado final de este. Sus nietos, que ella temía la odiasen por la relación que los más atrevidos la , imponen a ella en el desgraciado accidente de su madre, eran el consuelo y el dolor que se autocompensaban por igual, en ambos platillos de la balanza familiar. Sonreía displicente y resignada, como lo hace quien ya llevaba demasiada vida a cuestas
EL DUEÑO DE EUROPACAPITULO XVIIEl tren que transportaba la mercancía más preciosa para el tercer Reich serpenteaba como sibilina boa que tragaba los kilómetros con avidez, avanzando a través de la campiña francesa y alemana, con el vehemente deseo de llegar a la ansiada meta en Berlín, por tanto tiempo aplazada. Eduardo de Windsor y Wallis fumaban nerviosos y se miraban a menudo, sin dirigirse la palabra, entendiéndose con la sola mirada, ante unos anfitriones de extraño relieve como eran Charles Eugéne Bedaux y Oswald Mosley. El humo como señal omnipresente dejaba un rastro con olor a carbón y madera quemada que anunciaba las brasas en las que ardería toda Europa, como ofrenda a un dios inmisericorde, capaz de deleitarse tan solo con la idea de la destrucción del viejo orden. Wallis embutida en un abrigo beige, fumaba en su larga boquilla negra un delgado cigarrillo y sus ojos agrandados por el deseo impenitente de conocer a su más admirado icono social y político, le conferían un