Salimos del hospital, por una salida especial para esos casos, pero dejando atrás las miradas del doctor y de las enfermeras que se despidieron de Arthur a su manera. Salí de ahí, dejando mis penas y sentimientos cargados en esa habitación. Solo esperaba que Arthur me siguiera y no se quedara rondando en ese lugar. Quería que estuviese a mi lado siempre.Me subí al auto, al lado del chofer. Los tipos se fueron en otro auto, porque no alcanzaban en la carroza y salimos rumbo a la iglesia, donde lo velaríamos. Por orden expresa de Arthur, no quería que lo velaran en nuestra casa. Entendí que era, porque para mí sería triste llegar a casa y ver el lugar, donde sea que colocaran su ataúd en caso de que su muerte sucediera. En el fondo se lo agradecí. No estaba preparada para eso. Menos ahora que lo estaba viviendo en carne propia. Durante el trayecto, iba recordando los días previos. Sus dolores de cabeza, su mal humor ¡Mierda! Cómo no me había dado cuenta. Era mi culpa, pero en el fondo
Cuando los vi marcharse, recordé de quiénes se trataba. Sabía que los conocía ¡Sabía quiénes eran! Eran los padres de Anna. Nunca los había visto en persona, solo en fotografías que Arthur conservaba en un rincón de la oficina de la casa, así que, sabía perfectamente quiénes eran ellos. De seguro habían ido a reírse de la muerte de Arthur, estaba segura. ¡Malditos viejos! Habían pasado diecisiete años y seguían odiándolo. No debían estar presentes en ese momento. Yo no tenía la culpa de lo que le había pasado a Anna, no deberían haber ido y mucho menos mirarme a la cara. Anna había tenido a Arthur muchos más años que yo. Yo solo lo había disfrutado siete cortos años. Deberían estar agradecidos. En un momento, mi rabia me nubló la razón, porque comencé a caminar en dirección hacia donde ellos iban caminando, pero sentí un agarre en mi brazo. Era Henry. Su mirada de confusión me hizo enojar más. Miré hacia el lugar por donde habían caminado los viejos, pero ya no había nadie ¡Cobardes!
Desperté al otro día, aún en el suelo y en posición fetal. Me dolía el alma, solo sabía eso. Escuché que tocaron la puerta, era Henry.—Ivanna, cariño, dejaré tu bandeja con el desayuno en la puerta. No entraremos y no te molestaremos, solo come, por favor— me dijo Henry. Me levanté, me fui al baño y me senté a orinar. Cuando estuve lista fui al lavamanos. El rostro que había en el espejo era una Ivanna muerta en vida. Llena de ojeras, pálida, sin color, sin vida. Me metí en la ducha y abrí la llave del agua. Ni siquiera me había sacado la ropa de Arthur. Me senté en el suelo, bajo el chorro de agua. Me sentía vacía. Abracé mis piernas y boté, nuevamente, la pena que me estaba carcomiendo por dentro.No sabía cuánto había estado dentro de la ducha. Miré mis manos y parecían pasitas arrugadas. Me saqué la ropa de Arthur y la dejé ahí tirada en el suelo de la ducha. Tomé una toalla y me sequé el cuerpo. Luego fui al armario y me puse otro pantalón de chándal y otra camiseta de Arthur. L
Subí las escaleras, mientras rozaba con mis manos el pasamano, recordando nuestras peleas y encuentros amorosos con Arthur, todo en esa casa me lo recordaba y siempre iba a ser así.—Ivanna, por qué peleamos por estupideces como estas.—No son estupideces, Arthur. Compraste un auto de alta gama nuevamente ¡Tienes una maldita flota de autos, hombre! ¿Para qué quieres más? Hay gente que no tiene qué comer en el mundo y tú llegas con un auto nuevo cada año, ya van dos, a parte de los que tenías antes de conocernos que ya eran tres. Eres un inconsciente. Despilfarras el dinero ¡Nuestro dinero! Y no me consultas nada. Ya tienes cinco autos Arthur ¡Cinco!—Noooo, te recuerdo que los autos los compro con mí fortuna personal, si tú no quieres hacer uso de tú fortuna personal, eso no es problema mío— entré enojada a la casa, no podía seguir discutiendo con ese hombre en la entrada de la casa. Dos años de casada y aún no confiaba en los vecinos del todo, aunque en realidad, ni siquiera los cono
A las siete de la tarde en punto, bajé las escaleras. Con la misma ropa de Arthur que tenía puesta, solo me había hecho una cola en el cabello. Efectivamente, estaban mis cuñados y mis sobrinos, junto a los tres abogados.—Buenas tardes— dije mientras caminaba entremedio de todos y me sentaba en el sillón que era de un solo cuerpo. No quería a nadie cerca de mí.—Por favor, tomen asiento, comenzaremos con la lectura del testamento que el señor Arthur Brown estipuló antes de su fallecimiento— Simon no me quitaba la vista de encima. Mi mente volaba de un lado para otro en ese momento —Mark, por favor, lee el testamento.—Buenas tardes a todos, comenzaré con la lectura— Mark abrió un sobre y sacó un papel que había dentro —“Yo, Arthur Benjamin Brown Reed, dejo estipulado mi testamento, para que se tome lectura al momento de mi muerte…— dejé de escuchar por un momento, no me interesaba esta lectura — …Lamento haber dejado la orden explícita de ser desconectado en caso de muerte cerebral…
Al día siguiente, desperté por los gritos de Milly. Estaba alterada y demasiado enojada.—Ivanna, ahora sí que te volviste loca, cómo se te ocurre darnos dinero, es tú dinero hija ¡Por dios!—Milly, tranquilízate, es solo dinero y no quiero que trabajen más acá.— ¿Qué? ¿Quieres que nos vayamos?— ¡No! Cómo se te ocurre, los considero mis padres, quiero que descansen, que viajen, que vivan su vida, que disfruten su vejez. Por eso necesito que te encargues junto a Henry, de contratar personal nuevo. A quien tú estimes conveniente, me da lo mismo la cantidad de personas que contrates. Si quieres puedes supervisar al personal nuevo y Henry a los choferes, jardineros, me da igual. Pero no quiero que trabajen más. De hecho, están despedidos… Con efecto inmediato— me di vuelta en la cama y abracé nuevamente la almohada de Arthur.— ¡Ivanna, estás imposible de llevar! — me contestó Milly. Solo escuché el portazo que le dio a la puerta cuando salió de la habitación.Era mí dinero y podía hace
Los días pasaron y al quinto mes ya no me sentía tan sola. Sabía que todos estaban acá por mí y por Arthur. Venían cada vez más seguido y yo bajaba algunos días en la semana a cenar o a almorzar con ellos. La tarde del ocho de junio, decidí que no quería estar sola en mi habitación. Seguiría encerrada la mayor parte del tiempo, pero quería estar acompañada. Me puse un conjunto y unos zapatos deportivos. Bajé la escalera, tomé las llaves del todoterreno de Arthur que estaban en el garaje, con el que siempre salíamos de excursión y emprendí la marcha. Llegué hasta un refugio canino. Estaba decidida, quería un perrito. Nunca había querido hijos, pero sí un perrito.La sorpresa que todos se llevaron cuando entré, en mitad de la cena de aniversario del quinto mes, con dos pastores alemanes enormes. Ya eran adultos, tenían siete años. Unos ricachones los habían abandonado en el refugio al que fui. Eran preciosos, eran hermanos y lo mejor de todo, estaban entrenados y solo necesite una hora
Dejé las cosas de mis perros ordenadas en mi habitación y comencé a sentirme agotada, por lo que, me tiré sobre la cama. Al parecer, no comer lo suficiente y haber dejado de hacer ejercicio durante tantos meses me estaba pasando la cuenta. Miré la mesa de noche y vi mi teléfono. Pensé que ya era tiempo de encenderlo. Lo tomé y lo encendí, pero no pasó nada, porque se volvió a apagar. Estaba sin batería por haberlo dejado de usar en tantos meses. Lo conecté y esperé a que cargara. De repente, recordé las pertenencias de Arthur. Cuando Milly lo encontró en el piso, estaba desnudo, porque se iba a meter a la ducha y al hospital llegó sin nada, solo con la manta que Milly le había puesto encima para tapar su desnudez. Sus pertenencias personales, las había guardado en un cajón del armario y cinco meses después, seguían ahí.Entré en el armario y abrí el cajón en donde estaban sus cosas. Encontré sus llaves de la casa y de la oficina. Su billetera, con unos billetes aún guardados; sus tarj