La sala de juntas es un lugar indiferente a lo que todos los asistentes sienten o piensan. El proyecto avanzaba, y Andrea intentaba poner atención en lo que se hablaba, ya que era la principal responsable, sin embargo, no podía concentrarse. La imagen de Javier perfectamente vestido, con un casco amarillo, con esa presencia que ella conocía perfectamente, no la dejaba en paz, pero sobre todo, lo que pensaba, era en la injusticia del abandono tan grande en el que las dejó a ella y a Azucena, la ausencia implacable mes tras mes durante más de un año, las preguntas que ella se hacía, y las que Azucena le hacía mientras Javier estaba al mando de un proyecto enorme, sin la responsabilidad de cada día, de levanta
Cuando Andrea cursaba el quinto semestre de la licenciatura en administración de empresas, tuvo que tomar una clase optativa, que era requisito para completar una formación que le era prometida al egresar. Eligió ética, y al iniciar el ciclo escolar, llegó a un salón totalmente lleno de estudiantes de diferentes licenciaturas, en un edificio fuera de su facultad. Había tantas personas que el aire se sentía pesado, y creía que no encontraría una banca para ella. Pero un joven sonriente, de piel muy blanca y cabello tan negro que hacía pensar que no era real, le señaló una banca que aún estaba disponible. Ella fue a sentarse correspondiendo la sonrisa, y gesticulando un “gracias” sin voz, para no interrumpir al profesor.
La construcción de la Torre Zafiro era todo un desafío, y también un escándalo. Los millones que se gastaban en la creación de un proyecto lujoso, desafiante para la mayoría, con servicios de todo tipo, hacía que con frecuencia, se vieran noticias relacionadas con este tema en redes sociales, noticiarios y en los diarios de mayor circulación. -Es una locura – Decía Gerardo mientras se preparaba un café y veía la pantalla encendida en la cafetería de la oficina.
-Vengo a pedir perdón El silencio en toda la familia no se hizo esperar. -¿Perdón? ¿O sea que todo se arregla con un perdón?- Andrea no podía creerlo. -Retírate Javier. Esta familia no tiene nada qué hablar contigo – Don Eduardo firme, hizo a Javier retirarse de la propiedad, y cerró la puerta.
Andrea estaba lista para salir al supermercado, en una compra rápida para organizar el cumpleaños de Azucena. Estarían sus amigos de la escuela, los papás de sus amigos, sus abuelos y su tío Alexis, pero nunca imaginó que al abrir la puerta principal, nuevamente estaría Javier, esperando desde el otro lado de la calle para hablar con ella.Petrificada miró a su ex marido. Javier tampoco tenía palabras para iniciar el contacto. Sólo la miraba, avergonzado e inquieto, deseando explicar tanta ausencia, pero sin palabras para ello. Así permanecieron un rato, hasta que, al no haber escuchado el motor del auto en
-¿Podemos vernos? - Gerardo buscaba estar cerca de Andrea, pero no sabía realmente cómo acercarse a ella. Solo esta frase en el whats app. Una frase que no había sido vista por Andrea.Pero la tensión desde Gerardo hacia Andrea ya había sido sembrada. Él tenía miedo de perderla, pero no quería ser parte de un escenario ya complejo.Las manos de A
Gerardo y Andrea se miraban fijamente en el estudio de Don Eduardo. La propuesta de Gerardo era libre, y sólo era permiso para acompañar a Andrea en el proceso que estaba por enfrentar con Javier. Las afirmaciones de Andrea respecto a la actitud insegura de Gerardo también tenían peso en el ambiente. - Tienes que ganarte la confianza que quieres compartir conmigo – Le dijo Andrea amable, pero firmemente.- No merezco otra cosa
Gerardo deseaba retractarse. Sabía que esto iba en contra de los acuerdos que acababa de tener con Andrea, pero necesitaba marcar el territorio, necesitaba hacerle saber a Javier que ni Andrea ni Azucena estaban solas. Así que tras haber lanzado esas palabras, esperaba que Andrea lo respaldara ante Javier, pero no podía decirle nada.Javier se veía desilusionado. No sólo no lo quería nadie en la familia de Andrea, sino que ahora tenía otro obstáculo: era notorio el amor que Gerardo le profesaba a Andrea, y eso
El fin de semana siempre era de pasar la mañana con Azucena, juntas en la cama, viendo una película infantil. La pequeña se acurrucaba en su mamá, y frecuentemente volvía a dormirse en el abrazo tibio de Andrea, mientras la película corría. Un espacio sólo de ellas. Un momento especial en el que ambas se sabían amadas, una por la otra, y que defendían a capa y espada. No importaba quién intentara entrar en él, o si había algún otro plan, otra propuesta de alguien. Esa