Julio había sido expulsado de la casa por Sofía. Parado frente a la puerta cerrada, también se sintió impotente. Suspiró y se dio la vuelta para marcharse.En la sala de estar, Sofía tenía el ceño fruncido, sus dedos golpeaban el teclado de la computadora sin cesar. Pronto toda la información de la familia Navarra se presentó ante ella. Miró los datos con expresión grave. Como había dicho Julio, la familia Navarra y la familia Márquez no estaban en el mismo nivel, no sería fácil enfrentarse a ellos. Sin embargo, ella no se rendiría. Fuese quien fuse el que se atreviera a atacarla, Sofía estaría preparade para la venganza.*En la mansión de la familia Navarra, Vicente volvió a llamar a su padre:—Papá, ¿qué quiere hacer Julio?—¿Cómo iba a saber yo que esa mujer tenía algo que ver con él? —murmuró Vicente, luego dijo—: Además, no hice nada con esa mujer.—Vale, vale. Ve y pregúntale qué quiere hacer antes de que me vuelva loco.Después de colgar el teléfono, Vicente pensó un momento y
El coche salió del aeropuerto. No muy lejos, Vicente también había recibido a Daniela. Señaló en la dirección en la que Sofía y los demás se iban y dijo:—Esa es la mujer.—Parece tener cierto atractivo —asintió Daniela.—He investigado un poco, es médica en el Hospital de Guadalajara y dicen que es bastante talentosa. —Vicente se encogió de hombros, aparentando desinterés.Daniela se sorprendió un poco.—Oh, así que no es solo una cara bonita.De hecho, pensándolo bien, ¿cómo podría Julio estar interesado en alguien que solo es una cara bonita? Vicente conducía mientras decía ansioso:—Julio despidió al personal de seguridad de la mansión esta mañana. Parece que no tiene intención de seguir restringiéndome.Aunque esto debería ser algo bueno, tenía una sensación de inquietud. Por eso en cuanto tuvo la oportunidad de salir, fue al aeropuerto a recoger a Daniela.—Él está planeando actuar contra la familia Navarra. —Daniela miraba su teléfono, donde las acciones del Grupo Navarra habían
En el Grupo César. Julio y Alejandro estaban en el despacho.—Señor César, las acciones del Grupo Navarra han alcanzado el precio límite —Alejandro le entregó a Julio una tableta. Julio le echó un vistazo y asintió satisfecho—. No dejes de vigilar. Sea cual sea el proyecto que persiguen, yo también lo quiero. —Sí, señor César —Alejandro asintió y se quedó pensativo, rezando por el Grupo Navarra, cuyos propietarios estaban en apuros después de que Vicente ofendiera a Julio. Quiso seguir hablando, pero lo interrumpió un golpe en la puerta. Abrió la puerta y se sorprendió al notar de quien se trataba. —¡Señorita Navarra!—Cuánto tiempo, Alejandro —ella le sonrió y preguntó: —¿Está Julio? —Sí, está—Alejandro se dio la vuelta para lanzar una mirada a Julio. Daniela entró en el despacho con una sonrisa que le recorría toda la cara mientras miraba al hombre que estaba detrás de la mesa. Hacía tiempo que no se veían, pero Julio seguía tan guapo como siempre. —Julio—lo llamó. Él f
A Daniela, Julio le resultaba desconocido. Dos años fuera de su país, y se sentía como si se hubiera ido durante una década. Apenas podía reconocer al hombre que tenía delante.—Le diré que te pida disculpas en persona y que te prometa que no volverá a hacerlo—le ofreció desesperada al darse cuenta de que a Julio no se le pasaría. Aun así, él se negó a aceptar la sugerencia y dijo: —No debería disculparse conmigo.La expresión de ella se congeló de incredulidad. —¿Me estás diciendo que debe disculparse con esa mujer?—¿No debería ser así?—cuestionó con una expresión fría y tono gélido. Daniela pensó que Sofía no merecía ese trato y estuvo a punto de decir lo que pensaba, pero se contuvo. Sea lo que sea que pasaba por la mente de Julio, estaba claro que la mujer le importaba mucho, y ella no podía caerle mal.Tras un breve silencio, asintió. —Debería. Haré que venga a disculparse. Pero y ella...—Se lo comunicaré. Depende de ella aceptar o no las disculpas—Julio dijo esto mientras s
Julio dejó de mirar por la ventana, pero no contestó de inmediato. —Daniela, ¿qué crees que es el amor?—preguntó de repente. No tenía nada que ver con su pregunta. Sorprendida, lo miró con incredulidad. —¿La amas?—No lo sé—respondió Julio, negando con la cabeza. Realmente no lo sabía—Al principio sólo sentía curiosidad por ella. Pero después... Ni siquiera sé qué está pasando ahora. Con una taza de café en la mano, le habló despacio. Sin embargo, cada palabra aterrizaba con fuerza en el corazón de Daniela, atravesándolo como cuchillos. Daniela tardó mucho en responder. Reprimiendo su dolor, finalmente contestó: —Me dijiste antes que no crees en el amor y que el amor era sólo una ilusión. —Sí, lo dije—admitió Julio. Creía que su corazón no latiría con tanta fuerza si no fuera por Sofía. —Julio, quizá estés confundido—Mientras Julio la observaba, ella le explicó: —Crees que estás enamorado, pero quizá sólo sientas curiosidad. —Eso tiene sentido. Él afirmó, reconocie
Sofía permaneció callada durante su disculpa, observándolos como si formaran parte de una obra de teatro. Cuando los tres voltearon a mirarla, Sofía sonrió suavemente y dijo: —Ya que se ha disculpado, no tengo más remedio que aceptar sus disculpas, señor Navarra. —Si no te parece suficiente una disculpa, no tienes por qué aceptarla—dijo Julio. Sofía negó con la cabeza. —Creo que esto bastará. Al fin y al cabo, no es fácil que el señor Navarra se disculpe. Oyó a Vicente soltar un suave resoplido y supuso que debía de estar de acuerdo con ella. De repente, Sofía miró a los hermanos que tenía delante con renovado interés. —Voy al baño—anunció Vicente, mirando con resentimiento las manchas de café que tenía por toda la camisa. Daniela asintió y le dijo que regresara rápido. Finalmente, se dirigió a Sofía y le dijo: —Tiene suerte de que Julio la haya defendido, señorita López. No todo el mundo tiene ese privilegio—. A pesar del sarcasmo de sus palabras, la expresión de Sofía n
—¿Por qué aceptaste sus disculpas obligada?—preguntó Julio en voz baja. Con una risita, Sofía contestó: —Bueno, como tú has dicho, los Navarra no son los Márquez, así que no puedo hacer nada. ¿Qué otra cosa puedo hacer además de aceptar sus disculpas? —Yo puedo ayudarte—dijo él. Sofía le lanzó una mirada extraña, como si fuera un bicho raro, y se apartó de él. —Es tu novia de la infancia. ¿Está bien que te voltees y le hagas esto? —Sólo somos amigos—dijo Julio con seriedad—. No es mi novia de la infancia. Sin embargo, a Sofía no pareció importarle. —No hace falta que me lo diga señor César. Como le he dicho antes, no tiene nada que ver conmigo. —Sofía. —¡Julio!— gritó Daniela, ayudando a Vicente a salir del baño. —Atacarón a Vicente. Vicente lucía la nariz moreteada en su rostro hinchado. La inflamación en su cara le hacía parecer un cerdo. Sofía se tapó la boca, resistiendo el impulso de reírse en voz alta. Cuando Vicente recobró el sentido, señaló a Sofía y
—¡Claro que sí! Es un placer ser su amiga, señorita Navarra. —Sofía le sonrió y vio cómo se alejaban. Cuando los dos hermanos se perdieron de vista, la sonrisa de Sofía desapareció. Desconcertado, Julio sacudió la cabeza y preguntó: —Está claro que no te cae bien. ¿Por qué aceptaste ser su amiga? —Ella me lo pidió. Si la rechazara, ¿no me vería como alguien egoísta? —preguntó Sofía. Tras lanzarle una mirada, se levantó y salió del restaurante. Julio dejó de hacer preguntas y la siguió en silencio. No entendía qué pasaba entre las dos mujeres. —¿Adónde vas? —preguntó— .Te acompaño. —No se moleste , señor César. Alguien me vendrá a buscar. Nada más decir eso, un carro deportivo blanco se detuvo frente a Sofía. Dante apareció ante ellos, y la expresión de Julio se volvió desagradable . Se quedó tieso y le miró con ojos fríos. —¿Te has comprado un carro nuevo? —preguntó Sofía, sorprendida al recordar que Dante solía conducir un carro deportivo rojo. —¿No me dijiste que fue