En el Grupo César. Julio y Alejandro estaban en el despacho.—Señor César, las acciones del Grupo Navarra han alcanzado el precio límite —Alejandro le entregó a Julio una tableta. Julio le echó un vistazo y asintió satisfecho—. No dejes de vigilar. Sea cual sea el proyecto que persiguen, yo también lo quiero. —Sí, señor César —Alejandro asintió y se quedó pensativo, rezando por el Grupo Navarra, cuyos propietarios estaban en apuros después de que Vicente ofendiera a Julio. Quiso seguir hablando, pero lo interrumpió un golpe en la puerta. Abrió la puerta y se sorprendió al notar de quien se trataba. —¡Señorita Navarra!—Cuánto tiempo, Alejandro —ella le sonrió y preguntó: —¿Está Julio? —Sí, está—Alejandro se dio la vuelta para lanzar una mirada a Julio. Daniela entró en el despacho con una sonrisa que le recorría toda la cara mientras miraba al hombre que estaba detrás de la mesa. Hacía tiempo que no se veían, pero Julio seguía tan guapo como siempre. —Julio—lo llamó. Él f
A Daniela, Julio le resultaba desconocido. Dos años fuera de su país, y se sentía como si se hubiera ido durante una década. Apenas podía reconocer al hombre que tenía delante.—Le diré que te pida disculpas en persona y que te prometa que no volverá a hacerlo—le ofreció desesperada al darse cuenta de que a Julio no se le pasaría. Aun así, él se negó a aceptar la sugerencia y dijo: —No debería disculparse conmigo.La expresión de ella se congeló de incredulidad. —¿Me estás diciendo que debe disculparse con esa mujer?—¿No debería ser así?—cuestionó con una expresión fría y tono gélido. Daniela pensó que Sofía no merecía ese trato y estuvo a punto de decir lo que pensaba, pero se contuvo. Sea lo que sea que pasaba por la mente de Julio, estaba claro que la mujer le importaba mucho, y ella no podía caerle mal.Tras un breve silencio, asintió. —Debería. Haré que venga a disculparse. Pero y ella...—Se lo comunicaré. Depende de ella aceptar o no las disculpas—Julio dijo esto mientras s
Julio dejó de mirar por la ventana, pero no contestó de inmediato. —Daniela, ¿qué crees que es el amor?—preguntó de repente. No tenía nada que ver con su pregunta. Sorprendida, lo miró con incredulidad. —¿La amas?—No lo sé—respondió Julio, negando con la cabeza. Realmente no lo sabía—Al principio sólo sentía curiosidad por ella. Pero después... Ni siquiera sé qué está pasando ahora. Con una taza de café en la mano, le habló despacio. Sin embargo, cada palabra aterrizaba con fuerza en el corazón de Daniela, atravesándolo como cuchillos. Daniela tardó mucho en responder. Reprimiendo su dolor, finalmente contestó: —Me dijiste antes que no crees en el amor y que el amor era sólo una ilusión. —Sí, lo dije—admitió Julio. Creía que su corazón no latiría con tanta fuerza si no fuera por Sofía. —Julio, quizá estés confundido—Mientras Julio la observaba, ella le explicó: —Crees que estás enamorado, pero quizá sólo sientas curiosidad. —Eso tiene sentido. Él afirmó, reconocie
Sofía permaneció callada durante su disculpa, observándolos como si formaran parte de una obra de teatro. Cuando los tres voltearon a mirarla, Sofía sonrió suavemente y dijo: —Ya que se ha disculpado, no tengo más remedio que aceptar sus disculpas, señor Navarra. —Si no te parece suficiente una disculpa, no tienes por qué aceptarla—dijo Julio. Sofía negó con la cabeza. —Creo que esto bastará. Al fin y al cabo, no es fácil que el señor Navarra se disculpe. Oyó a Vicente soltar un suave resoplido y supuso que debía de estar de acuerdo con ella. De repente, Sofía miró a los hermanos que tenía delante con renovado interés. —Voy al baño—anunció Vicente, mirando con resentimiento las manchas de café que tenía por toda la camisa. Daniela asintió y le dijo que regresara rápido. Finalmente, se dirigió a Sofía y le dijo: —Tiene suerte de que Julio la haya defendido, señorita López. No todo el mundo tiene ese privilegio—. A pesar del sarcasmo de sus palabras, la expresión de Sofía n
—¿Por qué aceptaste sus disculpas obligada?—preguntó Julio en voz baja. Con una risita, Sofía contestó: —Bueno, como tú has dicho, los Navarra no son los Márquez, así que no puedo hacer nada. ¿Qué otra cosa puedo hacer además de aceptar sus disculpas? —Yo puedo ayudarte—dijo él. Sofía le lanzó una mirada extraña, como si fuera un bicho raro, y se apartó de él. —Es tu novia de la infancia. ¿Está bien que te voltees y le hagas esto? —Sólo somos amigos—dijo Julio con seriedad—. No es mi novia de la infancia. Sin embargo, a Sofía no pareció importarle. —No hace falta que me lo diga señor César. Como le he dicho antes, no tiene nada que ver conmigo. —Sofía. —¡Julio!— gritó Daniela, ayudando a Vicente a salir del baño. —Atacarón a Vicente. Vicente lucía la nariz moreteada en su rostro hinchado. La inflamación en su cara le hacía parecer un cerdo. Sofía se tapó la boca, resistiendo el impulso de reírse en voz alta. Cuando Vicente recobró el sentido, señaló a Sofía y
—¡Claro que sí! Es un placer ser su amiga, señorita Navarra. —Sofía le sonrió y vio cómo se alejaban. Cuando los dos hermanos se perdieron de vista, la sonrisa de Sofía desapareció. Desconcertado, Julio sacudió la cabeza y preguntó: —Está claro que no te cae bien. ¿Por qué aceptaste ser su amiga? —Ella me lo pidió. Si la rechazara, ¿no me vería como alguien egoísta? —preguntó Sofía. Tras lanzarle una mirada, se levantó y salió del restaurante. Julio dejó de hacer preguntas y la siguió en silencio. No entendía qué pasaba entre las dos mujeres. —¿Adónde vas? —preguntó— .Te acompaño. —No se moleste , señor César. Alguien me vendrá a buscar. Nada más decir eso, un carro deportivo blanco se detuvo frente a Sofía. Dante apareció ante ellos, y la expresión de Julio se volvió desagradable . Se quedó tieso y le miró con ojos fríos. —¿Te has comprado un carro nuevo? —preguntó Sofía, sorprendida al recordar que Dante solía conducir un carro deportivo rojo. —¿No me dijiste que fue
—De acuerdo. Después de pensarlo un momento , Sofía asintió con la cabeza. Es sólo un evento. Pensó que no habría ningún problema en corresponder al favor de Dante acompañándole. Dante rio con ganas, claramente de buen humor. —Buenas noches. Que tengas dulces sueños —dijo. Sofía salió del carro y caminó hacia el apartamento. Se despidió de él con la mano y desapareció rápidamente de su vista. Como de costumbre, Dante no se fue de inmediato. Encendió un cigarrillo mientras contemplaba las estrellas que brillaban en el cielo nocturno. —Hay tantas estrellas esta noche —suspiró para sí. En ese momento, oyó un carro que se acercaba a lo lejos, y se volvió para mirarlo. Esta vez, Julio no descendió del carro cuando se detuvo junto a Dante. Se limitó a bajar la ventanilla y dijo en tono sarcástico: —¿Tienes que esperarme cada vez que la llevas de vuelta? —Por supuesto —respondió Dante, sin negarlo. Levantando las cejas, añadió:— ¡Me da tanta alegría verte disgustado! Julio no
Mientras tomaba unas meriendas nocturnas en la taquería de la calle, y con algo de licor en la mano, Dante recordó cómo Sofía había regañado a Julio en el Orihuela. Sólo podía pensar en las últimas palabras de Sofía. ¿Era la exesposa de Julio? Aunque sabía que Julio era divorciado, nunca imaginó que Sofía y él habían estado casados. Esto confundió mucho a Dante, ya que Julio estaba claramente interesado en Sofía. Entonces, ¿por qué se divorció? Perdido en sus pensamientos, echó un vistazo a Sofía, que estaba sentada frente a él en el restaurante. Al ver su expresión de disgusto, sonrió y preguntó: —¿Sigues enfadada? —¿Por qué iba a estar enfadada? Sólo creo que Julio está loco. ¿Él creía que yo sentía algo por él? Es un gran narcisista —dijo ella. —Yo también creo que está loco —dijo Dante, dándole la razón— Pero hay una cosa que no entiendo. ¿De verdad eres la exesposa de Julio? Sofía gruñó, sin negarlo. —¿Por qué se divorció de ti? — preguntó Dante, sin encontrarle sentid